Bibarrambla andalusí y cristiana
Bib al-Rambla, Bib-Ramla, Bibarrambla, así la llamaron unos y otros. Los cristianos, tras conquistar Granada, debieron sentirse atraídos por el misterio de aquel nombre, nombre raro y difícil de pronunciar, que los Reyes Católicos asumieron con paciencia, y así la vemos en los planos de la ciudad a través de la historia, desde la Plataforma de la Ciudad de Granada de Ambrosio de Vico de 1616.
La Alhambra, con su omnipresencia, ha desmerecido la belleza de otros rincones de Granada. Tal es el caso de esta plaza, que no es como las otras plazas de las otras ciudades de España. Bibarrambla es una plaza especial y espacial, atrayéndonos no sólo desde el suelo sino desde su cielo, perfilado por la imponente mole de la Catedral, la delicada figura de la Torre de la Vela o la inmensa Sierra Nevada.
Vista de la Plaza de Bibarrambla en la actualidad.
Así pues, Bibarrambla es una plaza para ver en todas las direcciones y desde todos los ángulos. Y no haremos mal en escucharla también, cuando los gorriones, con su piar estridente, nos indiquen que ya llegó la tarde, el momento de guarecerse entre las hojas de los tilos. Una plaza tan viva nos ha de parecer una plaza nueva, pero Bibarrambla es una plaza tan antigua que sus ojos vieron pasar la historia de Granada.
A juzgar por los planos más antiguos, en época andalusi la plaza era de reducidas dimensiones, tal vez simplemente las necesarias para albergar los puestos ambulantes de los fruteros, de los vendedores de frituras, o de los pergamineros, que cohabitaban con los aguadores y los encantadores de serpientes.
Es previsible que al establecerse en Granada el sultán Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nasr, llamado popularmente Alhamar, en el año cristiano de 1235, la plaza ya existiera como tal pues aquella zona había sido anteriormente morada islámica.
Con la consolidación de la ciudad, Granada tuvo que ver engrandecer su contorno. A la muralla existente de época zirí, de la cual aún nos quedan importantes restos, se le unió otra más. A la primera de ellas se quedó la plaza pegada por el oeste, en donde se abrió la puerta principal de la plaza llamada por derivación Puerta de Bib-Ramla. El arquitecto Antonio Orihuela Uzal nos recuerda que este tramo debe pertenecer al siglo XI: «De las Memorias de Abd Allah, el último rey zirí, se puede deducir que él logró cerrar totalmente el circuito amurallado de la medina para defenderse de los almorávides «.
Tramo de la muralla en la parte noroeste del granadino barrio del Albaicín. Fue construída por los ziríes y se amplió posteriormente en el periodo nazarí.
El nombre hacía mención a un arenal muy próximo a la plaza y que transcurría hasta el río Darro, siendo circundada por otras calles que le daban la vida necesaria para convertirse en la plaza más populosa de la medina. Así pues, por su lado este se accedía al zoco dedicado a la ropa, Suq alqarraqin, que finalmente derivó en el vocablo actual de Zacatín, y en el lado noroeste, la alcaicería, al-qaysariyya, dirían los andalusíes de la época, un mercado de especias y de sedas, de productos ricos, que absorbía un flujo importante de comerciantes y compradores.
Si dentro de la plaza es fácil imaginar el bullicio de los zocos y mercados árabes, fuera nos encontramos con calles laberínticas surgidas de la extensión de los comercios. Calles que se cerraban de noche con cancelas para prevenir robos y pillajes y volvían a la vida por la mañana bajo la mirada impasible del Señor del Zoco, el almotacén, y la presencia de la Mezquita, cuyo muro de la alquibla se situaba frente a la alcaicería.
Muy cerca de la plaza, allá por el 1349, Yusuf I levantó la Madraza, cuyo oratorio hoy lo disfrutamos en la calle Oficios. Y este hecho indicaba que la sabiduría había entrado en la ciudad, y que se destinaba un lugar para las reflexiones de los sabios, que sin duda hacían partícipe de ella a la primera plaza de la ciudad de Garnata.
Exterior del edificio que acoge la Madraza e interior del oratorio con el mihrab.
Poco a poco, los comerciantes, dependiendo de sus oficios, fueron dando nombre a las calles que la rodeaban, como la calle de los paneros, de los sederos, de los tintoreros, de los tapiceros… muchos de cuyos nombres han llegado hasta la actualidad.
Pero la entrada principal de la plaza se encontraba, como ya hemos dicho, en la zona sur-oeste. En ella se abría una esplendorosa puerta que a lo largo de los siglos fue motivo de polémica.
Según Antonio Orihuela y Juan Castilla Brazales, co-autores del libro para todos imprescindible En busca de la Granada andalusí, la puerta recibió varios nombres: » […] los cristianos le habían dado de manera indistinta el nombre árabe castellanizado Bibarrambla […] y los nombres de Puerta de las Orejas, Puerta de las Manos y Puerta de los Cuchillos. Según se decía, los cristianos la habían llamado así debido a que en ella solían ser expuestos de manera pública los miembros mutilados de malhechores acusados de crímenes y delitos. Por lo que respecta al último de los apelativos, había versiones que lo relacionaban con las armas que requisaba la justicia, en tanto que otras lo atribuían a la existencia de la Cuchillería en las proximidades de la Puerta».
Por su semejanza con la Puerta de la Justicia de la Alhambra, los estudiosos la han determinado de su misma época, es decir, del año 1348, año de peste en España y en la mitad de Europa. A pesar de ello, la puerta debió lucir gallardamente en la esquina de la plaza. Así la definía Leopoldo Torres Balbás: «Se abría en una torre cuadrada. En su frente exterior ostenta un gran arco de herradura aguda hecho con dovelas de piedra franca y arrancado de impostas de piedra de Sierra Elvira. Tras este arco presenta otro escarzano, para paso del adarve, y seguía un espacio a cielo abierto. El arco de la puerta se abría a un pasadizo dividido transversalmente por un arco agudo de ladrillo, en dos tramos. El último arco daba paso directamente a la plaza desde el segundo tramo; pero ignoramos si esta era la disposición primitiva, o si, anteriormente, la puerta se prolongaba formando recodo, como la de la Justicia y otras muchas musulmanas y si esta última parte fue derribada para facilitar el acceso«.
El pintor inglés David Roberts la dibujó en una estampa deliciosa describiendo la simbiosis del monumento con las casas, ya por entonces cristianas. Sin embargo, poco después, la polémica sobre la demolición de la puerta empieza a dividir a Granada. Tras largas luchas entre partidarios y detractores de tal barbaridad, el Ayuntamiento de Granada consigue la autorización para su demolición. Corría el año 1884. Y fue tal la felicidad de los vecinos cuando esto sucedió que lo celebraron con cohetes. Un lamentable recuerdo de nuestra historia que se ha repetido una y otra vez en este país. Antonio Gallego Burín se lamentaba en 1919 de que las instituciones quisieran demoler el Corral del Carbón y la Casa de los Córdoba. Por suerte para todos nosotros, el incansable Torres Balbás rescató los restos de la Puerta de Bibarrambla de los fondos de un museo y la restauró, colocándola en el bosque de la Alhambra. Hoy impresiona en la soledad de la Sabika, sólo olvidada por quien no la conoce.
Los reyes Isabel y Femando debieron elegir a Bibarrambla como plaza de encuentro de sus convecinos al no hallar en la ciudad plaza mayor. Es cierto que el Campo del Príncipe rivalizó con ella en importancia, pero muy pronto se dividieron las competencias, pasando las lúdicas como torneos y juegos de cañas al Campo del Príncipe y reservándose las corridas de toros para la de Bibarrambla.
Francisco Jiménez de Cisneros, confesor de la reina católica, debió presentir la importancia que tendría esta plaza en el futuro de Granada. De la misma manera que la engalanaron en fiestas y celebraciones, la enturbiaron con sus crueldades y allí fue donde realizó sus autos de fe y quemó ochenta mil libros de la universidad musulmana de Granada argumentando que todos eran el Corán. Bien es cierto que no mentiría, porque para él debieron ser todos coranes, incluso los tratados de matemáticas.
La Plataforma de la ciudad de Granada que impulsara Ambrosio de Vico en 1616 refleja, a lo largo de todas sus versiones, una plaza identificada con una pequeña horca, símbolo que nos indica que sirvió de patíbulo a lo largo de los siglos. Sin embargo, «No necesariamente ha de identificarse este símbolo con los autos de fe«, nos recuerda Antonio Orihuela. «La pena de muerte era muy frecuente en aquella época. En los Anales de Granada de Francisco Henríquez de Jorquera, por ejemplo, se documenta la pena de muerte por sodomía a mediados del siglo XVIII«.
Detalle de la Plataforma de la ciudad de Granada de Ambrosio de Vico, con la ubicación de la Plaza de Bibarrambla.
Eran tiempos de remodelación de la ciudad. Los cementerios musulmanes, desmantelados, proporcionaron nuevos espacios. Se demolió el barrio de la judería. Los cristianos deseaban plazas grandes que representaran su nueva condición de poderosos aunque también miraban por su bien económico, lo que incidió en la reorganización de los oficios. De esta manera se amplía la plaza hacia las pescaderías y las tenerías, que por aquel entonces discurrían hacia lo que hoy es el Corral del Carbón. El, por entonces, Conde de Tendilla, Luis Hurtado de Mendoza y Pacheco, propietario de la mayoría de los terrenos de la plaza, negoció duramente las condiciones de la remodelación hasta que, finalmente, el Cabildo de la ciudad terminó por favorecerle plenamente.
Fernando Acale Sánchez nos dice en su libro Plazas y paseos de Granada (De la remodelación cristiana de los espacios musulmanes a los proyectos de jardines en el ochocientos): «El lienzo de muro fue derribado en el punto de enlace entre la calle Mesones y la propia plaza, a pesar de la proximidad de la Puerta del Arenal (es decir, la Puerta de Bibarrambla), dividiendo en dos el espacio de las carnicerías.Este arco comenzaría a denominarse como Puerta de la Magdalena y posteriormente de las Cucharas». Nombre que ha permanecido en la memoria del callejero granadino actual.
En 1583 se construyó la Casa de los Miradores. En ella se situaba la Real Aduana de especiería, la de paños y lienzos y de las alcatifas y también se destinaron en ella las oficinas del Cabildo, edificio que se quemó en el último tercio del siglo XIX.
Acale Sánchez cita en su libro las impresiones del embajador veneciano e historiador Andrea Navagiero respecto a la plaza, y así podemos imaginárnosla en la primera mitad del siglo XVI, como «una plaza hermosa y grande, cuadrada y regular, pero un poco más larga que ancha, con una bellísima fuente en uno de sus ángulos, la cual arroja muchos caños de agua sobre una grande y hermosa pila».
La fuente a la que se refería Navagiero debió ser la denominada del Leoncillo, que con el tiempo fue trasladada a una esquina de la plaza, junto a la calle Pescadería. Consiguieron con ello más espacio para las celebraciones habituales, sobre todo la del Corpus Christi, instaurado por los Reyes Católicos en 1501 y que era de gran arraigo popular. La fuente fue demolida en 1837 ya en estado lamentable.
Por suerte para todos nosotros, el incansable Torres Balbás rescató los restos de la Puerta de Bibarrambla de los fondos de un museo y la restauró, colocándola en el bosque de la Alhambra. Hoy impresiona en la soledad de la Sabika, sólo olvidada por quien no la conoce.
Es deducible que a lo largo del siglo XVIII, la plaza continúa con sus dimensiones actuales y que sus transformaciones se deben más a un motivo decorativo que a una remodelación urbanística. En 1750 se le otorga a la plaza un mercado permanente y muy pronto se llena su eje central de puestos con tenderetes, imagen que no debió de ser muy diferente de la que pintó Muriel casi un siglo después en 1834 y que se conserva en el Museo de la Casa de los Tiros de Granada.
Comenta Acale: «La configuración de la plaza quedaba constituida como un mercado, en el sentido decimonónico de la palabra, al aire libre, con una serie de calles que articulaban la disposición de los puestos. En 1750 se decidió la construcción en el centro de la plaza de casillas de madera que sirvieran, dentro del marco de la policía urbana, para tener un mayor control sobre el comercio, al mismo tiempo que proporcionaban un cierto beneficio económico a la ciudad.
Por aquel entonces, Bibarramba sólo se ve desmantelada y sufre variaciones con motivo de las fiestas del Corpus, como la famosa de 1760, tan ostentosa que mejoraba en mucho cualquier decorado de película.
En el siglo XIX, Granada, como otras ciudades españolas, va a sufrir la fiebre urbanística, consecuencia de una mentalidad más abierta, de los repetitivos cambios políticos y de, cómo no, los efectos de la desamortización. Muy al principio del siglo, otra consecuencia va transformando la ciudad de Granada. Nos referimos a los incendios, que consecutivamente amenazan la belleza de sus casas y monumentos. Uno de ellos, el 19 de julio de 1809, destruye las casetas de la plaza y se propaga hacia la Casa de los Miradores aunque no sufrió daños irreparables. Otro, años más tarde, afecta a la cercana alcaicería. Las casetas de los comerciantes, inutilizadas, tuvieron que reubicarse de forma provisional en las plazas de la Santísima Trinidad y de San Antón. En 1836, y con motivo de la demolición de los conventos cercanos de San Agustín y de las Capuchinas se reubican las casetas permitiendo a la plaza de Bibarrambla que luciera nuevamente, como lo había hecho cuando era orgullo de sus paseantes, con un gran espacio central, que sólo se vio invadido por puestos de flores en los años cuarenta del siglo XX.
Pero toda plaza debe cohabitar con un monumento. Con la demolición de la Fuente del Leoncillo se diseñó un monumento dedicado a la recientemente instaurada Constitución de 1812 realizado por Juan Pugnaire, quien en 1855 dijo lo siguiente: «Todas las poblaciones tienen o deben tener una plaza mayor; la plaza de las ceremonias y de los actos públicos. Esta plaza debe ser en Granada la de Bibarrambla, por los recuerdos históricos y por su posición central”.
El plano de 1894 de González Sevilla y Juan de Dios Bertuchi, nos da una imagen muy actual de las calles que circundaban la plaza. Este plano tuvo dos versiones, una de ellas, como decían sus propios autores, destinada a ser de «verdadera utilidad para el extranjero que visita esta ciudad y no menos para sus mismos habitantes. Granada se convierte en un punto de encuentro de intelectuales y viajeros, seguramente animados por la imagen romántica que de ella había hecho Washington lrving».
A comienzos del siglo XX, la plaza ya no tiene miradores, ni soportales, ni fuentes. Habrían de pasar casi cuarenta años para que la Plaza de Bibarrambla tuviera sus puestos callejeros de flores y otra fuente. Esta sustituiría a la estatua de Fray Luis de Granada que había sido colocada allí en 1910. Gracias a Antonio Gallego Burín, la estatua del santo pasó, finalmente, a la plaza de Santo Domingo, donde hoy se encuentra, ubicando en la plaza de Bibarrambla la fuente que hoy la decora, la que popularmente llaman de los Gigantones.
Fuente de los Gigantones
Es fácil imaginar los años más felices de Granada, los anteriores a la guerra civil, disfrutados por sus estudiantes, por sus poetas y médicos, por sus pintores y políticos. Unos caminarían a través de Bibarrambla hacia la cercana Plaza de la Universidad, otros la atravesarían para acudir a la tertulia del Café Alameda en la Plaza del Campillo.
En los años cincuenta la ciudad sufre muchos y diversos cambios, algunos muy cercanos a esta plaza, tan céntrica, y no será hasta los setenta cuando Bibarrambla experimenta el cambio definitivo, el último que puede y debe sufrir una plaza del futuro, su peatonalización.
Ahora, la plaza más visitada de Granada es también la más buscada. Por la mañana, por la tarde y por la noche, las terrazas de la plaza Bibarrambla o Bib-Ramla o Bib-Rambla, estarán llenas de turistas, de granadinos o de aquellos que, sin serlo, se sienten un poco las dos cosas.Tomarán un helado si es verano, un café o un chocolate caliente si es invierno. Y al llegar la tarde, como todas las tardes, la plaza de Bibarrambla se llenará de estorninos con su piar estridente, hasta que el silencio se apodere de la plaza, bajo la mirada intensa y contundente de la torre de la Catedral.
Carolina Molina.
Periodista y autora de novela histórica
Bibliografia:
Acale Sánchez, Fernando. Plazas y paseos de Granada (de la remodelación cristiana de los espacios musulmanes a los proyectos de jardines en el ochocientos). Uníversidad de Granada/Editorial Atrio. Granada, 2005.
Calatrava, Juan y Mario Ruiz Morales. Los planos de Granada (1500-1909). Diputación de Granada. Granada, 2005.
Castilla Brazales, Juan y Antonio Orihuela Uzal. En busca de la Granada andalusí. Editorial Comares. Granada, 2002.
Gibson, Ian. En Granada… su Granada. Diputación Provincial de Granada. Granada, 1997.
Torres Balbás, Leopoldo. Crónica de la España musulmana. Obra dispersa. Instituto de España, 1981.