Ignacio de las Casas, un sabio jesuita morisco conciliador de dos mundos

PARTE II

Por César de Requesens Moll.

 

 

Las tensiones que vivió la sociedad granadina en el siglo XVI tras el misterioso hallazgo de los llamados libros plúmbeos del Sacromonte, y el asunto de los moriscos, dieron voz al religioso jesuita Ignacio de las Casas –él mismo de origen morisco– como mediador en la causa de sus ancestros.

En 1597, durante una visita a Granada, el arzobispo Pedro de Castro, encargó a De las Casas una de las tareas más encomiables: la traducción de los Libros Plúmbeos encontrados en el Monte de Valparaíso (luego Sacromonte). De las Casas fue favorable al principio a su autenticidad, descubrió y defendió el fraude, lo que provocó la enemistad con De Castro y la salida de Granada de Ignacio (mayo 1598).

En su análisis de los documentos (en profundidad, gracias a sus conocimientos tanto del árabe como de la religión musulmana, saberes de los que carecían otros de los expertos que estudiaron los textos) demostró que eran una superchería inventada por los moriscos porque muchos elementos hacían referencia a la cultura y a la religión musulmana. En su opinión, sólo una formación adecuada podía evitar que este tipo de incidentes se repitieran; en efecto, desconfiaba de los intérpretes porque no tenían una sólida formación teológica y religiosa y, además, como se dio en el caso en Granada, podían ser manipulados. De las Casas les acusaba de ser responsables de la agitación provocada por su mala interpretación del contenido de dichos libros.

Francisco Heylan, «Detalle de la Torre Inhabitable Turpiana”

Ilustración de la Torre Turpiana, alminar de la mezquita mayor de Granada, que fue demolida en 1588 para construir la catedral. Entre sus escombros se hallaron las reliquias y pergaminos que dieron origen al asunto de los Libros Plúmbeos.

LOS LIBROS PLÚMBEOS. Una trama de novela para salvar a los moriscos

 

Al acometerse unas obras en la Torre Turpiana de la mezquita mayor de Granada (actual iglesia del Sagrario, una de las tres que componen el conjunto de la Catedral de Granada) para transformarla en iglesia, se produjo el hallazgo de un cofre donde, en un pergamino aparentemente antiguo, se explicaba que, en breve, serían hallados unos textos de origen muy antiguo en los que se daría una revelación a la cristiandad. El pergamino apareció en marzo de 1588, día de san Gabriel, junto con un hueso y otra reliquia textil, con textos en árabe, en latín y en castellano, siendo arzobispo de Granada Juan Méndez de Salvatierra. El revuelo fue mayúsculo entre la comunidad granadina, católica y morisca. Estaba próxima la expulsión definitiva de los moriscos de España, y en el ambiente se palpaba la trágica decisión de expulsar a los últimos musulmanes de la península.

La expulsión no se llevaría a efecto hasta 1609-1613, precisamente las fechas entre las que se produjeron los hallazgos de lo que con el tiempo se descubrió que no fue sino una ingeniosa y complicada trama, mitad realidad mitad ficción, urdida por una élite de moriscos cultos granadinos. Estos autores cultos no hicieron sino aprovecharse de la incultura religiosa dominante entre la población cristiana y la musulmana, dando rango de dogma religioso escrito a lo que no eran más que unas difusas creencias populares sin mayor fundamento doctrinal.

Tal y como anunciaba el manuscrito, a los pocos años del hallazgo en la Torre Turpiana, en la primavera de 1595, unos buscadores de tesoros que revisaban los laberínticos pasadizos del Monte de Valparaíso los encontraron, junto a unas reliquias que se atribuyeron a uno de los primeros mártires de la cristiandad, que según refiere un texto de la época: “en el segundo año de Nerón fueron abrasados dentro de las cavernas y cuevas del monte entonces dicho Illipulitano […]”. El hallazgo consistía en una veintena de pequeñas y redondeadas láminas de plomo dentro de unas cajas también de plomo y de piedra. Los libros estaban escritos en lengua arábica, antiquísima, con caracteres salomónicos bien formados y enteros en los que, junto a algunos misterios de la fe católica, también se leían los nombres y el tiempo y los martirios de los santos.
Estos libros, compilación de leyendas e historias sagradas inspiradas de la cultura escrita y oral, eran una última tentativa de supervivencia del islam en un contexto francamente desfavorable. Aunque la pretensión de los moriscos autores de los textos, probablemente Miguel de Luna y Alonso del Castillo, no era restaurar el islam, sí pretendían realizar un sincretismo religioso de doctrinas cristianas y musulmanas. Procuraban, en definitiva, reconciliar a las dos comunidades encontrando un vínculo que fuera aceptable por los creyentes de las dos religiones, echando mano de las creencias musulmanas menos chocantes para los cristianos y viceversa. Para ello, en los textos, ambas doctrinas religiosas cedían en parte de sus dogmas: propuesta de un Dios aceptable por todas las religiones monoteístas; concepción virginal de Jesús; Cristo no era Hijo de Dios sino una manifestación de su Espíritu.

En estos textos se pretende por igual alumbrar un islam cristianizado y un cristianismo islamizado. Por los árabes y su lengua, el cristianismo alcanzaría su apogeo; pero para conseguirlo tendría primero que desprenderse de todas sus falsificaciones y de las malas interpretaciones a la luz de la “verdadera doctrina”, la del Corán.

El hilo conductor de este novelesco argumento era la unión de las dos principales tradiciones religiosas aún presentes en la península. Los textos encontrados incluían, en una libre reescritura de los hechos bíblicos, la concepción inmaculada de la Virgen María, el origen paleocristiano de la Iglesia de Granada y datos biográficos concretos del primer obispo granadino, San Cecilio. Contenía asimismo elementos clave de la fe islámica; se decía que la raza y la cultura de San Cecilio eran árabes. Además, proclamaba una reivindicación de la lengua y de la cultura árabes, incluida como una de las preferidas por Dios al poner en boca de la propia Virgen María: alabanzas a esta civilización y su cultura. También se incluyeron en estos elementos alabanzas a la ciudad de Granada, colocándola como un modelo a seguir tanto para la civilización y la cultura cristiana como islámica.

Ilustración de uno de los discos que conforman el conjunto de los llamados Libros Plúmbeos.
Francisco Heylan, «Detalle de la Torre Inhabitable Turpiana”

Grabado calcográfico de Roberto Cordier representando a los santos Cecilio y Tesifón ante las columnas llevando en las manos, con el báculo como obispos, los libros plúmbeos. Ilustración Frontispicio de Adán Centurión, marqués de Estepa: Información para la historia del Sacro monte, llamado de Valparaiso y antiguamente Illipulitano junto à Granada, Donde parecieron las cenizas de S. Cecilio, S. Thesiphon y S. Hiscio discípulos del Apóstol único patrón de las Españas Santiago, y otros santos discípulos dellos y sus libros escritos en láminas de plomo, Granada, 1632.

Nada menos que 80 años vivió la archidiócesis granadina en la creencia de que habían dado con un elemento clave de la fe, un elemento que cambiaría el norte de la Iglesia y su relación con “el otro”, el mundo árabe. Tal fue la importancia concedida al hallazgo que se le envió de inmediato una copia a Felipe II, quien reunió a los máximos expertos del país, entre ellos a los mismos falsificadores (los moriscos e intérpretes oficiales de árabe Miguel de Luna y Alonso del Castillo).

En 1590, el nuevo obispo granadino Pedro de Castro, tomó con entusiasmo el asunto. Cree a pies juntillas en lo milagroso del hallazgo de las reliquias y en su fuerza de escritura sacra. El asunto comienza entonces a desbordarse a pesar del informe negativo del anciano Arias Montano, quien lo analizará y copiará con la ayuda de su discípulo Pedro de Valencia. En su informe avisa de que el conjunto de textos era “viejo empero no antiguo” y que ni la letra ni la tinta se correspondía con la antigüedad pretendida.

El arzobispo de Granada y de Sevilla, no prestó oídos durante todo su mandato a ninguna de las voces que negaran la veracidad de los documentos. Granada comenzaba a ser un lugar más de peregrinación de la cristiandad. Hasta mil cruces llegaron a erigirse en el camino hasta el Sacromonte por los devotos fieles, y en el año de 1610, mientras que buscaban pruebas de la discutida autenticidad de los libros “santos”, se erigió una Iglesia.

Después de casi un siglo de la aparición de los libros, en 1682, y de los muchos intentos por clarificar el asunto, incluido el de Ignacio de las Casas (que los declaró heréticos y una falsificación), el de los autores del “engaño”, Alonso del Castillo y Miguel de Luna, (que también declararon no poder realizar una buena traducción, debido a la antigüedad y dificultad de la letra), el papa Inocencio XI promulgó un decreto de condena de los Libros Plúmbeos y de su contenido. Posteriormente, los Libros Plúmbeos fueron enviados a Roma y permanecieron hasta el año 2000 en la cámara secreta del Vaticano, de donde partieron hacia su actual emplazamiento del Museo del Sacromonte. El responsable de su devolución fue, curiosamente, el entonces cardenal Ratzinger, quien más tarde sería el papa Benedicto XVI.

El sueño de la unión de ambas creencias en un tronco común se desvaneció como por ensalmo. Sólo quedó como recuerdo de aquella historia la imponente abadía erigida en el Sacromonte por el arzobispo Pedro de Castro, lugar donde hoy aún se custodian aquellos hallazgos. Se conservan como un inmenso relicario que guardara y difundiera en los siglos venideros aquellos “reveladores” descubrimientos que, según aún mantiene la Iglesia, dan fe del nacimiento del cristianismo en Andalucía y España, disputando de este modo el puesto a la Iglesia de Zaragoza.

De las Casas, en resumen, quería poner fin a los sufrimientos del pueblo morisco recordándoles a la Iglesia y a la Corona sus deberes. Preconizaba una mejor formación del clero, un retorno al modelo apostólico y un mayor respeto de los cristianos nuevos.  La barrera cultural que les incitaba a franquear era muy grande; había que interesarse por la cultura y la mentalidad de los que se querían convertir. Esta barrera era más infranqueable toda vez que la cultura musulmana representaba a la cultura del enemigo que hasta los espíritus abiertos rechazaban. De las Casas estaba convencido de que la causa primera del fracaso de la evangelización era el menosprecio y la humillación que padecían los moriscos, así como el método empleado.

A la lectura de sus memoriales se advierte un desgarro, una lucha interna entre sus convicciones cristianas y sus orígenes porque sufría al ver a su pueblo despreciado por los cristianos viejos, por la Corona y por la Iglesia a la que pertenecía.

Su atracción por la cultura musulmana podía parecer sospechosa, pero Ignacio de las Casas rechazaba el islam y si se interesaba por la cultura musulmana era para convertir a los moriscos; sus proyectos de expansión del cristianismo en detrimento del islam lo demuestran.

Francisco Heylan, «Detalle de la Torre Inhabitable Turpiana”
Francisco Heylan, «Detalle de la Torre Inhabitable Turpiana”
Grabados de Francisco de Heylan con la descripción de distintos episodios que narran el descubrimiento de los Libros Plúmbeos en las cuevas del Sacromonte de Granada. A la izquierda, representación de la primera subida del arzobispo Pedro de Castro al Sacromonte. A la derecha, apertura del arca que contenía las famosas reliquias. Grabados a buril sobre dibujos de Girolamo Lucenti datados entre 1624 y 1741.
Hasta su muerte en 1608, al igual que otro evangelizador de los moriscos en su propia lengua, Blas Valera, De las Casas se convirtió en un activo defensor del fraude y puso todos los medios a su alcance para tratar de evitar la calificación de autenticidad de reliquias y libros que pretendía el arzobispo granadino. Roberto Belarmino y Cesare Baronio, y a los papas Clemente VIII y Paulo V, que se reservaron el caso y exigieron el envío a Roma de los libros.

No obstante, con su salud endeble y sus escrúpulos, trabajó hasta el final de sus días en el apostolado morisco. Profundizó en el estudio de su problemática y metodología, buscando soluciones, así como en el conocimiento del islam, el fundamento religioso e ideológico de la oposición morisca a su evangelización. Finalmente, moriría en Ávila, en 1608, justo cuando el general Aquaviva demandaba su apoyo de experto en las juntas que debatían la grave materia de la “solución final”, la expulsión definitiva de los moriscos de los territorios bajo dominio español. Pero la suerte ya estaba echada.

 

Por César de Requesens Moll.

Periodista y escritor.

 

Bibliografía

F. B. Medina. Diccionario enciclopédico de la Compañía de Jesús.

Youssef El Alaoui, Universidad de Rouen, ERAC-CRIAR (Francia). Historia de Al Andalus. ‘Ignacio de las Casas, jesuita y morisco’. Boletín n° 52 -07/2006.

Benítez Sánchez-Blanco R. De Pablo a Saulo: traducción, crítica y denuncia de los libros plúmbeos por el P. Ignacio de las Casas, S.J. CSIC. Al-qantara: Revista de estudios árabes, vol. 23, Fasc. 2, 2002 , pags. 403-436.

Barrios M. “El castigo de la disidencia en las invenciones plúmbeas de Granada”. CSIC. Al-qantara: Revista de estudios árabes, vol. 24. Fasc. 2, 2002, pags. 477-531.

VV.AA (Coord. Manuel Barrios). ¿La historia inventada? Los libros plúmbeos y el legado sacromontano. Coedición Fundación El Legado Andalusí-Universidad de Granada.

 

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