Ibn Firnas, el ansia de volar
Las historias de los seres humanos que han intentado volar son tan antiguas como el mundo. La historia más conocida se remonta a unos 3.400 años, cuando Ícaro pereció en el intento. Pero hubo otras, entre ellas la de uno de los primeros eruditos andalusíes, el cordobés Ibn Firnas, quien en el siglo IX realizó el primer vuelo en paracaídas.
Según la leyenda griega, hace más de 3.400 años Dédalo ideó unas alas hechas con plumas y cera para que él y su hijo, Ícaro, pudieran escapar de la prisión de Creta y ponerse a salvo en Sicilia. Pero Ícaro voló tan cerca del sol que la cera se derritió, lo que le condujo a la muerte.
Aunque este era un cuento con su moraleja, hubo sin duda otros intentos de llegar hasta el cielo. Algunos acabaron en un fracaso estrepitoso con un fatal desenlace; otros dejaron heridas en aquellos aspirantes a aviadores, y la dignidad tan maltrecha como para admitir su precario conocimiento y la incompetencia de su ingeniería. Pero fuera como fuese, todo esto no venía sino a reflejar la obstinación a aceptar la pura verdad: que “el hombre nunca podría volar”.
Entre aquellos que sustentaban esta negación se encontraba Abbas Qasim Ibn Firnas, uno de los primeros eruditos que dio Córdoba en época de andalusí. Era un pensador ecléctico, con un amplio espectro de conocimientos e intereses, que nació en la cora de Takurunna, cerca de Ronda (Málaga) aproximadamente en el año 810. Estudió química, física y astronomía. En principio, llegó a Córdoba con la intención de enseñar música, que en la época era considerada una rama más de las matemáticas. Entre sus grandes logros está el haber conseguido perfeccionar la forma de cortar el cristal de roca, con lo que ya no se tenía que mandar el mineral a Egipto desde al-Andalus para su manufactura. También se le atribuye la creación de un reloj de agua (o clepsidra) y una cámara de simulación meteorológica que contenía estrellas, nubes, truenos y relámpagos. (La forma en que consiguió hacer esto sin electricidad es todavía un misterio).
Representación de Ibn Firnas en el centro comercial Ibn Battuta, Dubai.
Los ciudadanos de Córdoba –y entre ellos probablemente Ibn Firnas – ya habían presenciado al menos un intento en el año 852 por otro inventor, Armen Firman , que construyó un voluminoso manto con la intención de usarlo a modo de “alas” desplegables para sobrevolar el suelo y poder volver a tierra. Firman se lanzó desde una de las torres de Córdoba y sólo sufrió heridas de poca consideración porque su equipo acumuló entre sus pliegues suficiente aire como para evitar una caída libre. Y aunque falló al planear, y no volar, había inventado el paracaídas.
Alrededor del año 875, Ibn Firnas –que ya tenía unos 65 años– se construyó un aparato volador que tenía plumas pegadas a una estructura de madera que se ajustaba a los hombros, y se extendía a lo largo de los brazos. Este es el primer registro documentado que existe de un paracaídas primitivo.
Gracias al erudito marroquí del siglo XVII al-Maqqari, se conservan dos relatos del vuelo de Ibn Firnas. En uno nos cuenta: “Una vez hubo construido la versión definitiva de su planeador, invitó a gente de Córdoba para celebrar su éxito y hacerles presenciar su vuelo. La gente observaba desde una montaña cercana cómo pudo volar una cierta distancia, pero el planeador cayó en picado hacia el suelo, lo que le produjo daños en la espalda”.
En el segundo relato nos dice que saltó desde una muralla, consiguiendo ganar más altura respecto al punto de partida batiendo las alas, y que aterrizó de manera brusca, marcha atrás, en la muralla. A continuación afirmó que no se había percatado del modo en que los pájaros utilizaban la cola para aterrizar, y que había olvidado colocar una en su aparto volador.
Ronda, puente.
© Xurxo Lobato. Fundación El legado andalusí
Como no volvió a intentar volar de nuevo, la primera y poco exitosa versión de su vuelo parece la más plausible, si tenemos en cuenta que su muerte, a la edad de 78 años fue a causa de una larga lucha contra las lesiones de espalda.
A pesar de haber sido un fracaso, la noticia del vuelo de Ibn Firnas se extendió más allá de las fronteras de al-Andalus. Pero fueron las demás historias que surgieron, construidas unas sobre otras, lo que hizo que el tema ganara interés. Según admitió el propio Ibn Firnas, su fracaso se debió a que había dejado pasar por alto la importancia de la cola. Allá por el año 885, los vikingos cuentan una nueva historia: su héroe, Wayland, se fabricó unas alas con plumas pegadas para escaparse de la prisión de una isla, tal y como hicieron Dédalo e Ícaro. Cuando el hermano de Wayland, Egil, probaba las alas se estrelló, pero esta vez fue porque se lanzó con un viento muy fuerte. Hay un suceso que tiene lugar en el año 1010, cuyo protagonista es Eilmer, un monje anglosajón de la abadía de Malmesbury. Este hecho es relatado en el siglo XII por el historiador y monje de la misma orden William de Malmesbury: “Eilmer […] era considerado un erudito para aquellos tiempos […] y en su juventud realizó una peligrosa hazaña, no exenta de audacia. Había conseguido ajustarse a unas alas –de un modo del que apenas tengo idea– a sus pies y manos, y confundiendo la fábula con la realidad, creyó que podía volar como Dédalo y, aprovechando la brisa que había en lo alto de una torre, logró volar unos doscientos metros. Sin embargo, tanto la violencia del viento y los remolinos, como por su propia imprudencia, hicieron que se precipitara y se rompiera las piernas, quedándose cojo para toda su vida. Él mismo solía decir que su fracaso se debió a haber olvidado poner una cola en la parte de atrás”.
Entrada al patio de la mezquita de Córdoba.
©Xurxo Lobato. Fundación El legado andalusí
La historia de Eilmer imita la de Ibn Firnas, pero puede que apunte algo nuevo que sirvió de enseñanza. El fracaso de Firnas se debió a que no puso una cola con pestañas que se alzaran para poder controlar que se quedara parado, o usarse para aterrizar “como un pájaro”. Egil no se lanzó al viento. Eilmer falló porque su planeador, mientras que parecía tener suficiente impulso para poder cubrir una distancia mayor que la de los otros, carecía de un timón que le aportara estabilidad en los laterales.
Pero hubo aún más intentos de vuelo. En 1920, Roger Bacon intentó –sin éxito– inventar el globo. Los esfuerzos de Leonardo da Vinci vieron su fin cuando tras estrellarse cuando se lanzó desde el puente de Florencia el 3 de enero de 1496, lo que para él evidenciaba la importancia crucial que tenían las alas de los pájaros para que poder permanecer en el aire, lo que derivó en el descubrimiento de del perfil aerodinámico.
En 1638, el ingeniero turco Ahmet Çelebi saltó desde lo alto de la torre Gálata, el punto más alto de Estambul (62 m.) y, haciéndonos eco del relato, planeó durante unos tres kilómetros a través del Bósforo consiguiendo así una recompensa de 1000 dinares de oro del sultán Murad IV. (Dicha proporción de altura y distancia supera con mucho la de los mejores planeadores actuales).
El capítulo final de este episodio tuvo lugar en 1890, cuando Clément Ader, con su Éole, consiguió realizar por vez primera un vuelo con motor de 50 metros cerca de París, donde se estrelló.
En 1903, un borrascoso día de diciembre, en una playa americana, los hermanos Wilbur y Orville Wright consiguieron efectuar un vuelo sostenido y controlado, haciendo realidad los sueños que empezaron en Córdoba más de mil años atrás.
Hoy en día, aunque el nombre de Ibn Firnas apenas si se conoce en Occidente, en el Mundo Árabe es una figura histórica muy popular. Por citar sólo un ejemplo, en Qatar, en el aeropuerto internacional de Doha, el programa de gestión de su sistema informático lleva el nombre de “Firnas”.
David W. Tschanz Licenciado en historia y epidemiología.
Publicado originalmente por AramcoWorld (www.aramcoworld.com)