Al Gazal, de Bizancio al país de los vikingos
Parte I
Por Jesús Cano. Arabista
A mitad del siglo IX cruzar el Mediterráneo podía ser muy peligroso, sobre todo para un anciano como al-Gazal, que gozaba de una posición en la corte de Córdoba lo suficientemente buena como para jugársela en una incierta aventura.
Dice Ibn Hayyan en el al-Muqtabis II que cuando el emir de al-Andalus Abderramán II escogió a Yahya ben Hakam al Bakrí, conocido como al-Gazal, para enviarlo a Constantinopla como embajador, “al poeta le resultó penoso y pidió ser exonerado de partir. Los supuestos honores que aquella misión pudieran reportarle, la experiencia de conocer la corte de Bizancio −algo que para un joven resultaría impagable− a un viejo zorro curtido en las intrigas de palacio le semejaban más bien una trampa que le tendían sus enemigos. Estos, al parecer, no eran pocos en una corte donde a menudo se caminaba sobre el filo de una navaja. El mismo al-Gazal compuso estos versos que expresan sus temores:
“Dicen algunos que al-Gazal es listo.
Y, consultados, lo propusieron a él.
No fue por eso, sino que me tuvieron por la persona más fácil de prescindir […]
Iré, más los que quieran dañarme
ante sí tienen los caprichos de la fortuna;
Ojalá sea digno de Dios que vuelva;
La cosa no depende de ellos”.
De estas palabras cabe deducir los esfuerzos (ímprobos) que hizo el anciano poeta para no abandonar su puesto privilegiado junto al emir. Había empleado mucho esfuerzo, casi toda su vida, para llegar hasta donde estaba.
Aunque no puede precisarse una fecha exacta de su nacimiento, entre el 770 y el 773, se sabe que vino al mundo en una alquería de Jaén que, según Ibn Hayyan, era muy conocida. Poco más se sabe de sus primeros años. Debió ser de condición social elevada, lo suficiente para poder trasladarse a Córdoba, vivir en la vecindad de un visir llamado al-Iskandari, donde empieza a flirtear con el poder.
Viene muy al caso usar la palabra flirtear al hablar de Yahya Ibn al-Hakam al-Bakri, que fue apodado al Gazal, es decir la gacela, según Ibn Hayyan “por su hermosura, aunque otros dicen por su clara mirada, hermosa figura y gráciles movimientos”, aunque probablemente fuera por todo ello.
Pero también Ibn Hayyan dice de el: “Junto a su brillante educación, era un sabio variado, abundante, capaz de frivolizar al hablar, chistoso, profundo, donoso en sus noticias”.
Por lo tanto, cabe pensar que al-Gazal gozó de otros atractivos, además de su belleza.
Acuarela ©Belén Esturla. Por gentileza de la revista AramcoWorld.
Al-Gazal le dedicó varios panegíricos, y eso no parece que le sirviera para obtener un puesto de privilegio, aunque, eso sí, ya figuraba en la nómina de poetas-astrólogos. Se encumbró por fin en la corte de Abderrahman II, pasando a ser uno de sus poetas favoritos, pero con quien, como veremos, tuvo no obstante sus más y sus menos.
Dírham de Abderramán II de Córdoba, en plata. Acuñada el año 230 de la Hégira
Sea como fuere, al-Gazal fue una de esas raras personas que unía a una natural belleza un verbo igual de brillante, combinación que le sirvió para ganar muchas batallas en la corte o en los torneos literarios, pero que se volvió contra él cuando fue nombrado, muy a su pesar, embajador omeya ante el basileus Teófilo. Al-Gazal intentó evitar por todos los medios aquel viaje, temiendo no sólo por su vida sino, sobre todo, por el futuro de su familia. Pero Abderrahman, al escuchar sus quejas, le aseguró que los suyos recibirían desde ese mismo momento rentas suficientes para vivir plácidamente mientras él faltase. Eso no terminó de tranquilizar a Yahya, quien, para intentar convencer al emir, derramó ante él todo su talento, componiendo gran cantidad de versos, algunos verdaderamente brillantes, que atestiguan su valía como literato.
Lo que me dan por ausentarme me parece
aunque lo tenga en mucho, despreciable;
Veo la muerte quitar a los huidizos corzos la vida
y alcanzarlos, como a pájaros, aunque vuelan.
Una vez comprobó sobradamente que la decisión de Abderrahman era irreversible, no tuvo más remedio al-Gazal que obedecer.
Partió un día del año 225 de la Hégira (839-40 de la era cristiana) llevándose como mano derecha a otro Yahya, llamado Munayqilah, en compañía del embajador bizantino, que había viajado hasta Córdoba para una misión secreta que, como se pudo comprobar no era tan secreta, pues las crónicas se han hecho eco de ella: sellar una alianza entre el imperio bizantino y el emirato andalusí para contrarrestar el pacto que acababan de suscribir el califato abasí y los aglabíes de Túnez.
Sin duda al-Gazal iba a tardar bien poco en comprobar que sus temores sobre el riesgo que corrían estaban bien fundados. Nada más embarcar, en las costas de la cora de Tudmir (Murcia), el mar se encrespó de tal suerte que los viajeros temieron por sus vidas. Se salvaron finalmente, pero la impresión fue tan fuerte que, en unos versos improvisados, nuestro anciano poeta embajador a su pesar dijo:
“Envueltos en ráfagas de poniente y septentrión,
que rasgaron dos velas de los ojales aquellas drizas
y el ángel de la muerte cabalgó hacia nosotros de frente”.
BIBLIOGRAFÍA
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