Al Gazal, de Bizancio al país de los vikingos

Parte II

Por Jesús Cano. Arabista

A mitad del siglo IX cruzar el Mediterráneo podía ser muy peligroso, sobre todo para un anciano como al-Gazal, que gozaba de una posición en la corte de Córdoba lo suficientemente buena como para jugársela en una incierta aventura.

Al-Gazal, una vez en Constantinopla, tuvo oportunidad de demostrar a sí mismo que Abderramán II no se había equivocado al elegirle, sabedor de que entre sus cualidades no faltaba la perspicacia. Se dice que en cuanto entró por primera vez en palacio y llegó frente a la puerta que daba al salón del trono, el emperador Teófilo le tenía preparada una sorpresa con la que pretendía divertirse a su costa y hacer gala de su ingenio ante sus cortesanos. Resultaba que la entrada era tan baja que nadie podía atravesarla sin ponerse de rodillas. Hacer eso hubiera sido impensable no sólo para al-Gazal sino para cualquier musulmán, dada la prescripción coránica de que humillarse así sólo es posible ante Dios. Al mismo tiempo, no podía rechazar la invitación por razones obvias. Entonces, ante la sorpresa de todos se dio media vuelta y cruzó la puerta de espaldas, impulsándose con las manos y las piernas. Una vez dentro, se volvió hacia el rey y le saludó respetuosamente. Aquella exhibición gustó a todos, incluido Teófilo, quien tuvo con aquella demostración la oportunidad de comprobar que los andalusíes no eran tan bárbaros como él creía.

Permaneció al-Gazal un tiempo en aquella fastuosa corte, que debió agradarle, pues olvidó pronto sus pasados temores. Según Ibn Hayyan y otros cronistas que hablan de este viaje, Teófilo, y sobre todo su esposa, se sintieron subyugados por las maneras de quien era ante todo un experimentado cortesano. Se dice que la primera vez que el poeta andalusí vio a la reina bizantina “enjoyada y arreglada como un sol naciente” se mostró tan impresionado que no le quitaba ojo y se le veía distraído en su contemplación, hasta el punto de que no era capaz de atender a las amables palabras del Basileus. Y cuando este, mediante su intérprete, le hizo saber su disgusto, al-Gazal reaccionó diciendo: “Estoy tan deslumbrado por la belleza de esta reina y su peregrina hechura que me es ajeno el motivo por el que se me llamó, y es justo porque nunca he visto una imagen más hermosa, ni espectáculo más bello”. De esta forma consiguió ganarse no sólo a la reina sino también al rey.

Esta anécdota, que parece sacada de un relato de Las Mil y Una Noches, obra que por esa época comenzaba a gestarse, ilustra muy bien la principal habilidad de aquel al que por algo le llamaban “la gacela”: su capacidad de seducción.

El río Guadalquivir a su paso por la ciudad de Córdoba.

Cuando al-Gazal y su compañero al-Munayqilah regresaron a al-Andalus lo hicieron “contentos y honrados y hallaron a sus familias sanas y salvas”, relata el Muqtabis II. Una vez de nuevo en Córdoba, no tardará el poeta en tener que enfrentarse a una nueva tormenta, esta vez por causa de una denuncia. Resultó que un visir, ávido de las joyas que al-Gazal había conseguirlo para sí, le pidió un collar de perlas que le había regalado la emperatriz de Bizancio. Al-Gazal alegó para no regalárselo que el collar se había roto y había tenido que repartir las perlas sueltas entre sus hijas. El visir, que se llamaba Abdelaziz ben Hassim, no lo creyó y para vengarse presionó a emir Abderramán para que castigara una operación fraudulenta en que había incurrido el poeta en la administración de los silos reales: resulta que un año de mala cosecha vendió el cereal del sultán a un precio desorbitado y, al año siguiente, cuando el trigo creció y fue abundante, restituyó el grano vendido a los silos reales embolsándose el beneficio. Enterado el emir de la operación, encarceló al que poco antes tan bien le había servido, no para castigarlo por haberse lucrado a costa del hambre de sus súbditos, sino porque no había consentido devolverle las ganancias que consideraba legítimamente suyas. Para él no había nada ilegal en aquella operación, como atestiguan estos versos escritos por él desde la celda:

Favor nos hizo Dios cuando

no se perdió el depósito

y recibiste de mí lo justo.

No exijas ganancias, ni codicies.

Esta anécdota, que delata cómo al-Gazal se dejó arrastrar por la codicia (lo que por cierto no fue por primera vez) contrasta con la valiente oposición que el poeta hizo contra los alfaquíes. Es sabido que en al-Andalus, como en otros países islámicos, muchos de estos poderosos juristas islámicos se han enriquecido gracias a sus conocimientos. “No encuentras alfaquí que no sea rico, me gustaría saber cómo se enriquecen”, dijo una vez nuestro literato.

Tampoco se libraba de sus críticas la política, como deja bien claro el poema titulado “El walí”:

 

Me dijo el cadí pidiéndome consejo

acerca de un hombre aparentemente justo

al que habían nombrado walí:

“Qué crees tú que hará?”

Y le contesté:

“¿Qué hacen los abejorros con las abejas?

Picotean sus colmenas, se comen la miel

¡y luego dejan el resto para las moscas!

Minarete de época abasí. Bagdad.

Una personalidad fuerte como la de al-Gazal, pero sobre todo segura de sí misma, estaba dispuesta en todo momento a defender su derecho a disentir con el poder, incluso ante su propio soberano, con un lenguaje irónico, mordaz, inteligente. Este libre pensamiento se fraguó en él seguramente a partir de su exilio en Bagdad. Allí tuvo que tomar contacto con los modernistas que seguían la estética creada por Abu Nuwas, cuyos versos seguramente ya conocía. Se empapó de ese espíritu ilustrado y racionalista que también generó, durante un breve periodo de tiempo, la corriente filosófica del mutazilismo, partidaria del libre albedrio frente al determinismo a ultranza de los alfaquíes.

La habilidad y el saber estar de este hombre pesaban ante el sultán más que su enconada rebeldía. Por eso Abderramán decidió acudir una vez más a él para pedirle que encabezara una nueva embajada, esta vez al País de los Normandos. Pero, antes de comenzar este relato, debe aclararse que existen dudas de que la aventura de al-Gazal en el Norte sea cierta. Prestigiosos historiadores como Lévi-Provençal o Huici Miranda la consideran sólo un mito creado en el siglo XII por el cronista andalusí Ibn Dihya en su obra al Motrib[1], a partir de una leyenda popular.  No les faltan argumentos a quienes dudan de esta historia, sobre todo por la gran cantidad de concomitancias que mantiene este viaje con el que hizo al-Gazal a Bizancio. Sin embargo, estudios recientes como los de A. El-Hajj y D.W. Allen, que traducen y analizan el relato de Ibn Dihya, tomando en cuenta los detalles más originales, en algún caso bastante insólitos, no dejan de tener su parte de razón al afirmar que existe una base histórica.

 

[1] Al-Motrib min Ashaar Ahl al-Magrib. (traducción libre de Rimas de la poesía de los habitantes del Magreb), colección de breves biografías de los poetas andalusíes, con sus poemas más populares.

Detalle del barco vikingo Oseberg, cuyo hallazgo se produjo entre 1904 y 1905, y que fue construido en el año 820, en tiempos de al-Gazal. En la actualidad se encuentra en el Museo de los Barcos Vikingos de Oslo, Noruega.

La historia arranca, desde luego, de hechos reales con los ataques de naves normandas a las costas peninsulares y las razias que se produjeron alrededor de 844 en varias ciudades andalusíes, entre ellas Sevilla. La respuesta de los andalusíes fue contundente, derrotando y poniendo en fuga a los vikingos. Historiadores como al-Maqqari hablan de una derrota total, con la muerte del capitán normando y la posterior visita de una embajada vikinga a Córdoba en noviembre de 844 pidiendo la paz. Abderramán, como ya sabemos, no desdeñaba las negociaciones y, para evitar nuevos ataques, decidió enviar al País de los Normandos una delegación encabezada por nuestro Yahya ben Hakam al Bakrí, ya que poseía “una mente aguda, rapidez de inventiva, habilidad en la réplica, valor, perseverancia, y sabía entrar por todas las puertas”. Al-Gazal eligió de nuevo como lugarteniente, cómo no, a su fiel compañero al-Munayqilah.

Imágenes del Cabo de San Vicente, a la derecha, y de Finisterre, a la izquierda, lugares probables donde el barco en el que viajaba al-Gazal y su delegación pudo haber sido alcanzado por la tormenta que pudo haber dañado gravemente las naves.

Comienza el viaje con una de esas coincidencias con el relato de Bizancio de las que hemos hablado: nada más partir de Silves (Portugal) una tormenta azota las naves en un punto de la costa denominado Aluwiya, que podría ser identificado lo mismo con el cabo de San Vicente que con el de Finisterre. Tras una primera escala en territorio vikingo para reparar las naves, posiblemente en el suroeste de Irlanda, llegan finalmente al reino vikingo, que es descrito como “una isla o una península”, rodeada de muchas islas, todas ellas habitadas. Ibn Dihya dijo de aquellas gentes:” Eran paganos pero ahora siguen la fe cristiana y han abandonado el culto al Fuego”. Esto concuerda con los hechos históricos, ya que los normandos se cristianizaron a principios del siglo IX. A este primer detalle verosímil del relato, siguen, no obstante, otros poco creíbles. En este orden de cosas, nada más llegar los andalusíes, al-Gazal le pidió a sus anfitriones que nadie se arrodillara ante él, con tal de no tener que hacer él lo mismo ante nadie. Este dato da paso a la famosa anécdota de la puerta baja que ya se describía en la crónica de Bizancio y que aquí se repite casi en los mismos términos. También este rey se siente impresionado y exclama: “Tuvimos la intención de humillarlo y nos ha saludado con la suela de sus zapatos”.

Al comparecer ante el rey, tras entregarle la carta del emir andalusí, los lujosos vestidos y las vasijas llenas de presentes, nuevamente se sirve ante la reina vikinga de las mismas artes de seducción que ante la emperatriz de Constantinopla. El historiador hace un aparte en este punto para comentar una noticia posterior relacionada con este encuentro. Cuenta Ibn Dihya que el visir Tamman Ibn al Qama, en una entrevista mantenida con al-Gazal a su regreso del Norte, le preguntó si realmente era tan bella aquella mujer, a lo que el poeta contestó: “¡Por tu padre que tenía cierto encanto! Pero hablándole así me gané su favor y obtuve más de lo que deseaba”.

Respecto a la relación con la reina de los vikingos, que se llamaba Nud, la historia se acerca en el fondo al relato de Bizancio: ambas reales esposas demuestran estar absolutamente encandiladas con la presencia de aquel anciano, buscando su compañía constantemente, aunque la reina vikinga lo hiciera, según parece, con mayor naturalidad. Cuando los compañeros de al-Gazal advierten tanta familiaridad con la que, al fin de cuentas, era la esposa del soberano, le ruegan que ponga freno a la situación, lo que el poeta considera razonable.

El viejo poeta deja de contestar a casi todas las llamadas reales, racionando las visitas a una única entrevista cada dos días. Cuando Nud se apercibe de este cambio le pregunta dolorida por qué ese cierto desdén. Al Gazal le es sincero entonces, alegando que no quiere despertar los celos de su honorable anfitrión. Al escuchar su respuesta, la reina no puede menos que echar a reír y contesta: “No hay semejante cosa en nuestras costumbres y los celos no existen entre nosotros. Nuestras mujeres están con sus maridos sólo por propia voluntad. Una mujer permanece con su marido mientras este le resulte agradable, pero lo abandonará cuando deje se ser de su agrado”.

Hay alguna otra anécdota que refiere la relación entre el anciano poeta y la joven y voluptuosa primera dama vikinga, como por ejemplo cuando le sugirió a su admirado huésped que se tiñera las canas para parecer más joven. La respuesta, en forma de versos, no pudo ser más perspicaz:

 

¡No desprecies el destello del pelo blanco!

Es la flor del entendimiento y la inteligencia.

Tengo lo que ansías en la juventud

elegancia en las maneras y la educación.

 

En efecto, al-Gazal no era precisamente joven en esa época. La crónica de Ibn Dihya habla de que superaba los cincuenta y, en realidad, según todos los indicios, pasaba sobradamente de los setenta, aunque no debía aparentarlos.

Santiago de Compostela, por David Roberts.

Cuando los andalusíes regresan a al-Andalus, y esto, por supuesto, sólo aparece en la Historia del viaje al país de los normandos, hacen escala en Sant Yakub, es decir Santiago de Compostela, para entregar una carta del rey vikingo al gobernador de aquel lugar santo y “a ver la peregrinación”, (y aquí tenemos otro datos interesante) que duró dos meses, tras los cuales, la comitiva andalusí atravesó los reinos cristianos al parecer tranquilamente, pues no se cuenta incidencia alguna de esta parte del viaje, y llegó a Córdoba, tras veinte meses de ausencia, en el verano de 846.

Como acabamos de decir, al-Gazal habría cumplido ya de largo los setenta años. Habrá quien piense que poca vida debía quedarle. Nada más lejos de la realidad. Varios autores hablan de que llegó hasta los noventa y cuatro, pero la fuente más fiable pueden ser estos versos escritos de su puño y letra:

 

He vivido treinta y años y otros tantos

más treinta y dos,

el tercio de ellos en devaneos

el segundo tercio, en el pecado,

y el tercero en un abismo

donde es poca mi piedad y fe […]

Tengo un cuerpo ajado pero

aparejado con un alma de diablo,

con esperanza fresca y nueva,

cual conocí en mis primeros tiempos.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA
  • Crónica de los emires al-HakamI y Abderrahman II entre los años 796 y 847 (Al Muqtabis II-I). Ibn Hayyan. Traducción, notas e índices de Mahmud Alí Maqqi y Federico Corrientes. Instituto Egipcio de Estudios Islámico y de Oriente Próximo. Zaragoza, 2001.
  • Encyclopédie de l’Islam. Articulo de Huici Miranda. Vol. II, P. 1062. Leiden-París, 1960.
  • Enciclopedia de al-Andalus. Junta de Andalucía. Fundación el Legado andalusí. Granada 2002.
  •  Al-Gazal y la embajada hispanomusulmana a los vikingos en el siglo XI. Mariano G. Campo (ed.). Miraguano Ediciones. Madrid 2002. Contiene los artículos de A. Hajji y D.W. Allen.
  •  Un échange d’ambassades entre Cordue et Byznace au ISème siécle. E. Lévi-Provençal. Bizantion, XII (1937), I-24.
  •  El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. F. Engels. Marxist Internet Archive. 2000.

 

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