Ali Mandri,
de Granada a la Blanca Paloma. La emigración de un hombre libre.
Por Rodolfo Gil-Grimau Benumeya.
“Tetuán es la ciudad al borde de los vientos, porque está situada en el valle donde los aires van y vienen, mientras el sol y las nubes reparten resplandores difusos. Y este valle, saturado con el aroma de los naranjos, es tan placentero que se va llenando con nuevas barriadas blancas, abiertas y ventiladas”.
Una ciudad con vocación de vuelo sobre el estrecho de Gibraltar hacia Andalucía, posada como una gran paloma blanca sobre las faldas de sus colinas. Así se le llama: la Blanca Paloma; fundada o vuelta a fundar, en el “año de la manzana” −en torno al año 1493– conocido por este nombre porque el antiguo valor numérico de las letras árabes da esta palabra: tufah, manzana.
“Son, pues, Marruecos y Andalucía como anverso y reverso de una misma medalla que mutuamente complementan sus estilos, y es imposible comprender lo uno sin ver también lo otro. Es en este sentido en el que el país del Magreb impone su más visible carácter: el de la evocación de nuestros viejos siglos meridionales, en los que Córdoba y Sevilla, Granada y Murcia, eran también desfiles de arcos, blancas telas envolventes y habla sonora de algarabía”.
Imagen panorámica de Tetuán.
Tetuán fue reconstruida por ciudadanos del reino de Granada. Nobles y guerreros que emigraron más al sur antes de su conquista, teniendo como adalid y guía a Sidi ‘Ali al-Mandri, un hombre libre. Tetuán es la última ciudad andalusí y, como sueñan la leyenda y el deseo, a al-Andalus le queda un rincón, enfrente, según el propósito y el tesón de su fundador.
Abu-l-Hasan ‘Ali-Manzari al-Garnati provenía de una familia originaria de Bédmar o al-Manzar −“el paisaje, la vista”− en el Jaén actual. Su apellido se transformó fonéticamente en al-Mandari, luego al-Mandri, nombre de familia que aparece en documentos granadinos en la forma de al-Manzari o al-Manziri, y en documentos relativos a moriscos granadinos como Mandari. La forma coloquial de su nombre –‘Ali al-Mandri− es la que ha quedado en el recuerdo, que sigue siendo imborrable en el norte de Marruecos y en la historia.
Durante la primera parte de la guerra de Granada contra Fernando e Isabel y la propia guerra civil paralela, fue alcaide de Píñar, en los Montes Orientales de Granada, y seguidor del rey Abu ‘Abd Allah, o sea Boabdil, en contra de su tío al Zagal. Hostigado por las tropas de este y por las de los cristianos que ocuparon las fortalezas de Cambil y de Alhabar, o los que siguieron las órdenes de Boabdil, momentáneamente prisionero de los reyes cristianos tras el cerco de Lucena en donde rindió varias plazas, abandonó o entregó Píñar. Entonces, en vez de reintegrar Granada decidió emigrar al Magreb acompañado de bastantes nobles y cientos de guerreros, con sus familias, dispuesto a fundar una cabeza de puente desde donde poder seguir luchando y regresar un día.
Al-Mandri se casó con Lahla Fátima, una princesa de la familia real granadina, que, sin embargo, fue hecha prisionera por el conde de Tendilla y retenida durante un tiempo en la fortaleza de Alcalá la Real, desde donde viajaría después al Magreb, una vez que su marido se hubo establecido en la región norte de Marruecos. De Lahla Fátima tuvo al-Mandri varios hijos que debieron formar parte de la primera aristocracia tetuaní.
A la izquierda Castillo de Píñar, Ruta de los Nazaríes y a la derecha Castillo del Moral en Lucena (Córdoba), Ruta del Califato.
Ambas fortalezas tuvieron diferentes papeles en la historia que aquí narramos: en el Castillo del Moral de Lucena, los ejércitos cristianos tomaron prisionero a Boabdil durante la guerra contra su tío el rey Zagal pretendiente al trono nazarí. El Castillo de Píñar desvela el rol como puesto de frontera de la localidad de la que fue alcaíde al-Mandari.
Sidi al-Mandri se había entrevistado previamente con el sultán wattasí [1] de Fez y obtenido la zona de Tetuán que se disputaban los portugueses −que entonces ocupaban Ceuta y otras plazas del litoral atlántico− para su defensa.
La situación física de Tetuán y su región la hacían ser, junto con su proximidad inmediata al estrecho, un punto estratégico y sensible de la civilización mediterránea probablemente desde muy antiguo. Prueba de ello son el nombre de su monte Gorges, una variante del dios solar neolítico europeo, el amazigh de Tittawin −Tetuán− “Las Alfaguaras”, el asentamiento fenicio-púnico de Tamuda, y su río, navegable en parte hasta el siglo XIX. Destruida por los portugueses en 1437, había quedado abandonada durante unos noventa años dentro del territorio sometido al poder de Muley ‘Ali ibn Rashid, príncipe casi independiente de Chauen, ciudad montañera que él mismo había construido poblándola en buena parte con otros granadinos y andalusíes emigrados. De hecho, ‘Ali ibn Rashid estaba casado con Lahla Zuhra Fernández, una mudéjar o morisca de Vejer de la Frontera, próximo a Cádiz.
Dada la debilidad de los sultanes wattasíes, sucesores de los benimerines y de los saadies que vendrían después, la defensa de las fronteras y el ataque a los ocupantes cristianos quedaban a cargo de estos adalides musulmanes, los muyahidin, “los esforzados” que eran prácticamente independientes dentro de sus territorios.
[1] Dinastía beréber marroquí de la misma rama de los benimerines.
Muley ‘Ali ibn Rashid y al-Mandri debieron conocerse en la propia guerra de Granada, adonde muchos de estos muyahidines habían ido a combatir. Se sabe que ambos jefes mantuvieron, desde la llegada del granadino, una fuerte amistad y alianza que desembocó en el matrimonio de al-Mandri con la hija de Ibn Rashid y de Lahla Zuhra, llamada probablemente ‘Aisha y conocida en la historia por Sayyida al-Horra o más coloquialmente Sitt al-Horra.
No sabemos que había ocurrido con Lahla Fátima; su mención desaparece en el curso de los hechos. El matrimonio de Sitt al-Horra con al-Mandri debió tener lugar hacia 1500, cuando ella tendría unos quince años y él unos cincuenta. La diferencia de edad entre ambos no fue, sin embargo, un obstáculo para su comprensión mutua y su continua colaboración hasta la muerte de al-Mandri en 1540. Ella aprendió de él a gobernar, hábito que ya traía de su padre, Muley Ali, y seguramente de su madre Lahla Zuhra, la morisca, ambos con sólidas personalidades. La reciedumbre de su propio carácter y la fortaleza de al-Mandri compaginaron bien y casi desde el principio de su matrimonio, ella lo ayudó en el manejo de la nueva ciudad mientras él guerreaba fuera, y luego lo representó enteramente en el gobierno cuando él abandonó en parte el control de los asuntos diarios.
Hacia 1527 casaron a sus dos hijas con hijos de otros nobles granadinos emigrados y, más o menos por estas fechas, al-Mandri dejó de entrar en combate, aquejado por sus heridas y por una ceguera progresiva que lo dejó sin facilidad de movimientos. Ella fue la gobernadora de hecho, aunque de derecho y autoridad lo fuera él hasta su muerte.
Retrato de la conocida como Sayyida al-Hurra, por Leonor Solans. Imagen cedida por la revista AramcoWorld.
Tetuán había crecido. Seguían llegando emigrantes. El comercio y el corso, hecho en embarcaciones rápidas a partir de los fondeaderos del río, prosperaban. Se establecían acuerdos internacionales. Se seguía guerreando, salían sus caballeros en espléndidos corceles que llevaban sueltas las crines; el aire de Yebala y del estrecho hinchaba las ropas como las velas de las embarcaciones y hacía flamear los gallardetes de las banderolas mientras el sol arrancaba chispas de sus lanzas.
La ciudad libre y autónoma crecía entre volúmenes blancos, plegados sobre sus calles en donde trabajaban sus artesanos prolongando su saber andalusí. Y volvían a sonar las canciones de la llamada “música garnatí” (granadina), en recuerdo de que a orillas del Genil y el Guadalquivir tuvo su origen esta armonía sobriamente refinada. Las terrazas se cubrían de flores y plantas cuidadas por las mujeres que, alegremente, se comunicaban de pretil a pretil.
Pero los granadinos no sabían estarse quietos, conspiraban entre sí por el poder y los linajes, igual que lo habían hecho en Granada. Probablemente entraron en esto los hijos de al-Mandri y Lahla Fátima, junto con otros personajes como su consuegro Hasan Hashim, natural de Baza, y otro de sus yernos, Abu ‘Ali. La inmigración granadina, igual que buena parte de la andalusí y de la morisca posterior, se dedicaba de manera muy activa a la navegación corsaria, actividad oficialmente permitida y alentada por los estados, con lo que se generaba riqueza y restaba la capacidad, comercial, humana y militar de sus contrarios, sobre todo la de los cristianos peninsulares. Era relativamente lógico que en este “negocio” hubiera rivalidades y desacuerdos entremezclados con los celos y la actividad política, que iba tanto hacia Chauen como a Fez y a las propias Portugal y España.
El tesón que pusieron al-Mandri, y sobre todo su esposa, en fomentar esa actividad, protegiéndola y financiándola, azuzó en torno a ellos una serie de enemistades y desconfianzas tanto extranjeras como marroquíes. Esto empezó a pesar en contra suya y en contra del sultán, que la consentía a pesar de los acuerdos internacionales. Pero eso no pareció importarles verdaderamente hasta 1539 y 1540.
Escena callejera. Tetuán. ©Jesús Conde Ayala.
Sayyida al-Horra había disfrutado siempre del apoyo incondicional de su padre Muley ’Ali ibn Rashid y del apoyo y complicidad de su hermano uterino Muley Ibrahim, favorito del sultán. De los mismos soportes había gozado al-Mandri. Pero en 1539 falleció Muley Ibrahim, que gobernaba Chauen desde la muerte de su padre. Fue sustituido por su hermanastro Sidi Muhammad, hijo de una esposa distinta de la morisca Lahla Zuhra, que no se llevaba bien con la pareja y que, a partir de este momento, intentó manejar los asuntos de Tetuán.
Y en 1540 murió al-Mandri. Probablemente con más de noventa años, activos de hecho, siempre esperanzado de poder volver, siempre negociando incluso con los Austrias −“todavía suspiraba por España el viejo caudillo” −, dice un testimonio contemporáneo[2]. Era cierto que su complicada vida y la diferencia de edad con Sayyida al-Hurra no parecían haber menoscabado su avenencia mutua, ya que ella lo estuvo ayudando desde el principio de su casamiento hasta el final, atendiéndolo y atendiendo a su obra de libertad hasta la muerte.
[2] Gozalbes Busto, Guillermo. “Sitt al-Hurra, gobernadora de Tetuán”. Actas del Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar. Madrid 1987.
Sayyida al-Hurra quiso continuar. Llegó a casarse oficialmente con el sultán de Fez para obtener su protección. Pero en 1542 su consuegro Hasan Hashimi y sus propios yernos dieron un golpe de estado viniendo de Fez y la desterraron de por vida a la casa paterna de Chauen, en donde aún se conserva su aposento y sus cosas. Él, al-Mandri, está enterrado en Tetuán venerado como un santo patrón, siempre presente en el eje anímico de la ciudad; ella en un lugar discreto de Chauen, a donde las mujeres le siguen llevando flores también discretamente.
Imagen «Patio andalusí en Tetuán», por Jesús Conde Ayala.
Parece ser que a Abu-l-Hasan ‘Ali al-Manzari al-Garnati le sucedió durante un tiempo su hijo mayor, Hasan, precisamente al que se alude en el nombre del padre, porque hay un testimonio de una negociación entre un gobernador de Tetuán llamado Hasan al-Mandari, y la corte española. No parece lógico que con ese nombre fuera −como se dice− su yerno o su sobrino.
Lo cierto es que Tetuán fue un estado casi independiente, mandado por granadinos y sus herederos, durante mucho tiempo y que ahora sigue guardando el aire y el talante de Granada dentro del Marruecos al que pertenece de lleno.