Antequera: arte, historia y cultura

Entre la Sierra del Torcal y una extensa llanura agrícola se halla la milenaria ciudad de Antequera, en la Ruta de Washington Irving. Cuna de personajes insignes, precursora del renacimiento del sur de España y referente ineludible del barroco andaluz, Antequera es junto con las impresionantes formaciones cársticas que llevan su nombre (el Torcal de Antequera), un verdadero crisol de historia, arte y paisaje.

Paraje en el Torcal de Antequera. ©Ayuntamiento de Antequera

Antequera tiene mucho que ofrecer al visitante: desde su riqueza monumental, a su paisaje único, o su gastronomía que ha dado nombre a algunas de sus más famosas especialidades.

Si dividimos la ciudad en distintos recorridos para los cuales recomendamos como punto de referencia y partida el coso taurino que, edificado hacia la mitad del siglo XIX, y remozado en la década de 1980, puede hoy considerarse como uno de los ejemplos más bellos de España.

La primera de nuestras rutas comenzaría en los jardines adyacentes a la plaza de toros antequerana, en los que se pueden admirar los monumentos al Sagrado Corazón de Jesús y al Sagrado Corazón de María. En los jardines que conforman el llamado Paseo Real, la monumental Puerta de Estepa, reconstrucción de lo que podría llamarse “barroco antequerano” de la que existió hasta el año 1931, precede a la estatua del Capitán Moreno.

Desde aquí, a través de una amplia avenida, se accede a la calle Infante don Fernando, verdadera arteria urbana de la ciudad, en la que se encuentran monumentos de singular relevancia. En un primer término sería obligatoria la visita a la iglesia de la patrona, Nuestra Señora de los Remedios. Perteneciente a un convento de frailes terceros en el que tras la Desamortización se instaló el ayuntamiento. Esta iglesia que hoy hace las veces de parroquia conserva tras su sencilla portada manierista un exuberante interior en el que destacan tanto el retablo de la cabecera, obra churrigueresca del primer tercio del siglo XVIII, como la capilla de Nuestra Señora del Tránsito con un artístico camarín rococó. El estilo barroco que define fundamentalmente tanto la iglesia como el palacio consistorial, en el que se aún se conservan la escalera y el claustro del monasterio, propició que el conjunto se catalogase como Monumento de Interés Histórico-Artístico Nacional.

También al inicio de esta calle se encuentra el que fuera hospital de San Juan de Dios, cuya capilla, obra de finales del siglo XVII, está definida por el característico estilo barroco que durante esta centuria y la siguiente serían los referentes artísticos y arquitectónicos de Antequera.

La Puerta de Estepa, reconstrucción de la puerta original que se conservó hasta el año 1931. En un segundo plano Plaza de Toros.

Continuando nuestro recorrido por Infante Don Fernando, y entre las numerosas edificaciones que llamarían la atención del visitante, se encuentra la fachada de la que en su día fuera la Casa de los Pardo. Aunque en su interior no guarda nada digno de aprecio, la portada está considerada como uno de los más importantes ejemplos del manierismo andaluz y la más bella manifestación de este estilo en Antequera.

No es el único ejemplo de la arquitectura civil que guarda la ciudad, ya que son muchos los palacios y casas burguesas que se distribuyen en la práctica totalidad de su casco histórico. Entre ellas, y siguiendo en la misma calle que nos ocupa, se encuentra la Casa de los Bouduré. Esta edificación de espléndidos herrajes en sus cancelas y balcones fue construida a comienzos del siglo XX por el arquitecto Daniel Rubio. Su estilo eclecticista francés contrasta ampliamente con la sobriedad de la cercana fachada de sillares de la iglesia conventual de San Agustín. Este templo, que perteneció a la Orden del Santo de Hipona hasta la exclaustración general de las órdenes religiosas en el año 1835, presenta en su interior una amplia y profunda capilla mayor cubierta por una bóveda de crucero gótica, a la que se añadieron en el siglo XVII las yeserías que hoy la caracterizan. Exteriormente destaca la esbelta torre, encuadrada entre dos contrafuertes, que en altura y elegancia podría considerarse la segunda más importante dentro del amplio compendio monumental antequerano.

Calle Infante Don Fernando. ©Ayuntamiento de Antequera

El último tramo de esta calle principal de Antequera nos conduce hasta la plaza de San Sebastián, conocida así por levantarse en uno de sus flancos la iglesia de este nombre, cuyo privilegio de Colegiata le fue otorgado en 1692 una vez trasladada a ella la Real de Santa María. En su interior se encuentran numerosas obras de interés artístico y algunas, como el sepulcro de Rodrigo Narváez, de un especial valor histórico, ya que fue el primer alcalde de la ciudad. En la portada, obra de Diego de Vergara, destacan las esculturas de San Pedro, San Sebastián y San Pablo. Igual atención merece la torre, edificada en un principio bajo las trazas de Ignacio Urzueta y continuada más tarde por el alarife antequerano Andrés Burgueño.

El más alto campanario de Antequera responde al modelo de torre barroca cuya particular fisonomía se la otorgan tanto los elementos en barro cocido que la decoran, como el angelote de la veleta, todo un símbolo de la ciudad y de esta plaza. Dejando atrás la fuente renacentista trazada por Pedro Machuca en 1545 y el Arco del Nazareno, conocido con este nombre por el humilladero que ocupa su parte superior, comenzaremos a ascender hacia la zona más elevada de Antequera.

Vista de la plaza de San Sebastián donde desembocan las calles más populares de la ciudad.
Fachada y torre de la Iglesia de San Sebastián.

Aquí nos sorprende tanto la impresionante vista de la ciudad y su entorno que nos ofrece el Mirador de las Almenillas, como por la enorme riqueza patrimonial que recae en las plazas de Santa María y la de Los Escribanos.

En primer término, y dando acceso al conjunto, se encuentra el Arco de los Gigantes, construcción tardo-renacentista levantada en el año 1585 sobre una antigua puerta nazarí, siguiendo las trazas del arquitecto Francisco de Azurriola. Aunque con el paso del tiempo este arco ha ido sufriendo importantes mutilaciones y pérdidas, entre ellas la de la gran estatua de Hércules que lo coronaba dentro de una hornacina, aún sigue sorprendiendo, tanto por su elevada altura de siete metros como por los restos arqueológicos romanos que el Cabildo Municipal ordenó colocar en aquel lugar en el siglo XVI. Desde aquí se accede a una amplia zona ajardinada que nos recuerda los plácidos rincones de la Alhambra y el Generalife.

Arco de los Gigantes.
Vista de la fachada de la Colegiata de Santa María desde el Arcos de los Gigantes.

Nos encontramos en el recinto de la antigua alcazaba cuyas murallas podrían evocarnos la época en la que la ciudad se denominó Madinat Antaqira. En la visita a este monumento sería también obligado el recuerdo al Infante don Fernando “el de Antequera” que sería el que reconquistó la ciudad en el año 1410. De este periodo y de otros posteriores quedan numerosas muestras, muy particularmente en la Torre del Homenaje. Aquí, además de varías estancias cubiertas con interesantes bóvedas esquifadas, se encuentra en su parte superior un templete construido en el añ0 1582 para albergar el conocido con el popular nombre de reloj de “Papabellotas” porque se construyó con los fondos obtenidos de la venta de un alcornocal.

Alcazaba y al fondo Peña de los Enamorados.

Real Colegiata de Santa María

Bajando nuevamente a la plaza de Santa María, cuyo centro ocupa el monumento a Pedro Espinosa, obra del escultor José Manuel Patricio, nos encontraremos con el grandioso aspecto que presenta la fachada de la Real Colegiata que da nombre a la plaza. Fundada en el año 1514 por el obispo de Málaga, don Diego Ramírez de Villaescusa, se estableció en ella una cátedra de Gramática y Latinidad que fue origen del grupo poético antequerano del Siglo de Oro, del que el poeta Espinosa formaba parte. Las obras de este templo se prolongaron durante más de tres décadas y aunque en su fábrica se aprecian ciertas reminiscencias del gótico tardío, tanto la traza como la mayoría de sus elementos decorativos corresponden ya al estilo renacentista.

Del conjunto de esta iglesia destaca su grandiosa fachada labrada en piedra que se articula en tres calles separadas por grandes contrafuertes entre los que se abren tres puertas, la central, de una proporción mayor que las laterales, correspondientes a sus respectivas naves. Estas portadas, a modo de arcos triunfales, responden tanto por su forma como por su propia decoración a modelos clásicos del Renacimiento, de igual forma que la balaustrada ciega que sobre ellas se alza. Pero, sin duda, los elementos más singulares del conjunto serían los pináculos cónicos estriados que lo coronan.

El interior del templo, hoy dedicado a usos culturales, corresponde a un bello salón columnario de planta basilical, constituido por tres naves que se separan por grandes columnas de orden jónico sobre las que se asientan sus correspondientes arcos de medio punto profusamente decorados. En la nave central, y a fin de conseguir una mayor altura, se dispuso un cuerpo de arcos de descarga a modo de falso triforio ciego. En la Capilla Mayor, de gran profundidad y amplitud, es donde se aprecian las primitivas trazas de gótico flamígero con las que un principio se diseñó esta real Colegiata. Las nervaduras de su bóveda que forman estrellas de seis y ocho puntas así lo prueban. No obstante, los amplios ventanales de tipo florentino que se abren en los muros laterales revelan el giro en el proyecto constructivo que se concluiría finalmente siguiendo los cánones renacentistas.

El frontal de esta capilla se cubría con un grandioso retablo barroco que, al igual que otras notables obras de arte que en su día pertenecieron a la Colegiata, se encuentran hoy desaparecidas o distribuidas entre el Museo Municipal y algunas iglesias como la de San Sebastián o la de San Pedro, en la que se conserva un antiguo baldaquino que fue del presbiterio de Santa María. Las restantes capillas del templo, algunas de ellas cerradas por interesantes verjas, corresponden a diferentes periodos artísticos, aunque, al igual que ocurre en la sacristía, prevalecen los modelos renacentistas. Tanto esta dependencia como las naves de la iglesia se cubren con magníficos artesonados mudéjares, cuya datación correspondería a la primera mitad del siglo XVI. La armadura de la nave central es rectangular, mientras que las laterales presentan forma ochavada. Ambas se caracterizan por una cuidada decoración de lazo a base de estrellas de diferente tamaño.

Por último, en la Real Colegiata de Santa María la Mayor puede contemplarse in situ el modo de enterramiento que se practicaba en Antequera hasta la creación de los cementerios generales en el siglo XX. Se trata de una antigua cripta a la que se accede por una angosta escalera de pie de una de las capillas. Hoy día puede volver a visitarse, tras haber sido convenientemente rehabilitada.

Fachada de la Colegiata de Santa María la Mayor, en cuya construcción se utilizaron numerosos sillares procedentes de la antigua ciudad romana de Singilia.
Artesonado mudéjar de la Colegiata de Santa María la Mayor, de la primera mitad del siglo XVI.

Calle de los Herradores

Nuevamente en el Arco de los Gigantes continuaremos por la calle de los Herradores hasta la plaza del Portichuelo en la que se encuentra la capilla-tribuna de la Virgen del Socorro cuyo esquema arquitectónico se repite en otras construcciones religiosas de la ciudad. De esta plazuela, la escalonada calle de Santa María la Vieja nos ofrece una bella panorámica entre la que se distingue el cercano convento que fuera de los frailes terceros franciscanos. Su iglesia, dedicada a Santa María de Jesús, sufrió grandes desperfectos con la invasión de las tropas napoleónicas, teniendo que ser reconstruida más tarde casi totalmente. En su interior recibe culto una de las imágenes más veneradas por los antequeranos, Nuestra Señora del Socorro Coronada, que cobran especial relevancia los días de Semana Santa. Tras esta visita descenderemos por la Cuesta Real hasta encontrarnos con la iglesia de San Juan Bautista, un soberbio templo renacentista que al igual que Santa María y San Pedro, responde al prototipo conocido en la ciudad como “iglesias columnarias”. Además de la armadura mudéjar que cubre sus naves, merece una atención especial tanto su retablo mayor como la Capilla de las Ánimas en la que se venera el Cristo de la Salud, imagen de gran fervor entre los antequeranos. No distante de este templo se encuentra la ermita de la Virgen de la Espera, ubicada en el interior de la torre en la que se abre la Puerta de Málaga, que fue uno de los antiguos accesos a la ciudad. Esta puerta, declarada Monumento de Interés Histórico Artístico Nacional, constituye un interesante ejemplo de la arquitectura civil musulmana.

La misma categoría monumental distingue a la que fuera iglesia conventual de los Carmelitas Calzados, muy próxima también al lugar en el que nos encontramos. Su sobrio aspecto exterior contrasta, sin duda, con la exuberancia que muestran los tres grandiosos retablos de la capilla mayor. El del Carmen es uno de los ejemplos más notables del barroco español ya que, a excepción de la armadura mudéjar de su techumbre, más propia de época anteriores, refleja puramente los cánones estilísticos del siglo XVIII.

Volviendo sobre nuestros pasos no podemos dejar de visitar la iglesia del que fuera convento de la Orden de Predicadores. Obra de los siglos XVII y XVIII, su nave central se cubre con un interesante artesonado mudéjar, siendo además destacables tanto el soberbio camarín barroco de la capilla del Rosario como el del retablo mayor en el que se venera la imagen de Nuestra Señora de la Paz Coronada, una de las más populares en los desfiles de Semana Santa.

Vista de ciudad desde el recinto de la alcazaba.

Para realizar un segundo recorrido turístico por la ciudad, lo mejor sería reponer fuerzas en alguno de los muchos y afamados restaurantes que nos deleitarán con sus muchos platos típicos. Nos ofrecerán sin duda la “porra antequerana”, tan característica como los clásicos embutidos y la chanfaina que acompañan el desayuno a los tradicionales “molletes” con aceite, o como la reputada variedad de repostería conventual a base de alfajores, pastelillos de gloria, angelorum, bienmesabe, o higos con nueces. Todas estas exquisiteces harán la delicia de los paladares más exigentes en las primeras horas de la tarde.

Dispuestos ya a seguir descubriendo la riqueza monumental de Antequera, nos situaremos nuevamente junto a la iglesia de San Sebastián tras de la cual se encuentra el convento de las Carmelitas Descalzas cuya iglesia de la Encarnación es otra de las obras destacadas del barroco antequerano.

Tras esta visita nos dirigiremos hacia la plaza del Coso Viejo en la que se encuentra el Museo Municipal que está ubicado en uno de los edificios más notables de la arquitectura civil dieciochesca.

Paseos por la Antequera de Washington Irving

 

En 1928, en uno de los viajes que llevaron al escritor neoyorquino Washington Irving a la región andaluza, escribe sobre Antequera:

Avistamos Antequera, la vieja ciudad de fama guerrera, situada en la falda de la gran sierra que cruza Andalucía. Ante ella se extiende una hermosa vega, fértil campiña enmarcada por rocosas montañas. Atravesamos un tranquilo río y nos acercamos a la ciudad por un paraje poblado de setos y jardines, donde los ruiseñores entonaban sus cantos vespertinos.”

Su estancia en esta ciudad malagueña causó una honda impresión en el famoso autor de los Cuentos de la Alhambra, fascinado por la historia, el paisaje y las costumbres del pueblo andaluz que le sirvieron de inspiración.

En su camino hacia Sevilla, hizo parada y fonda en la ciudad, en la conocida como Posada de San Fernando. Se temía lo peor, dada la mala fama que tenían las posadas en la época, pero su estancia en Antequera le causó por el contrario una agradable impresión; le sorprendió especialmente su buena mesa, que sigue situando a Antequera en los primeros puestos de la gastronomía andaluza, con sus famosas especialidades.

Los Paseos por la Antequera de Washington Irving, diseñados por la Fundación El legado andalusí, discurren por aquellos lugares que le fueron saliendo al paso al ilustre visitante: sus calles compitiendo entre ellas en excelencia monumental, el entorno paisajístico, que la irregularidad de sus alturas ofrece a cada paso nuevas perspectivas, los estilos artísticos que están casi todos presentes en esta ciudad de la que deja el siguiente testimonio:

“Me gustó particularmente Antequera, que está situada en la ladera de unas escabrosas montañas con una vega parecida a Granada. A media legua de distancia se levanta la escarpada peña que tiene el romántico nombre de la Peña de los Enamorados”.  

Dispuestos ya a seguir descubriendo la riqueza monumental de Antequera, nos situaremos nuevamente junto a la iglesia de San Sebastián tras de la cual se encuentra el convento de las Carmelitas Descalzas cuya iglesia de la Encarnación es otra de las obras destacadas del barroco antequerano.

Tras esta visita nos dirigiremos hacia la plaza del Coso Viejo en la que se encuentra el Museo Municipal que está ubicado en uno de los edificios más notables de la arquitectura civil dieciochesca.

Vista del Palacio de Nájera, sede del Museo de Antequera desde la Plaza del Coso.

Arquitectura notable

El palacio de Nájera no solo es importante por su propia arquitectura de la que destaca su torre mirador, sino también por albergar, debido al uso que hoy presta, una de las colecciones artística más importantes de Andalucía. Entre piezas que allí se exponen sobresale el emblemático Efebo de Antequera, escultura en bronce de gran valor que podría fecharse entorno al siglo I de nuestra era.

Junto al museo y en el mismo espacio urbano que antaño recibía el nombre de plaza de las Verduras, nos encontramos con el convento de las Madres Dominicas. Popularmente conocido como de las Catalinas, su iglesia de edificó siguiendo los planos de Andrés Burgueño entre los años de 1724 y 1735.

Efebo de Antequera perteneciente a la colección artística que alberga el Museo de Antequera en el palacio de Nájera.
Sala con colección pictórica del Museo de Antequera..
Desde aquí nos dirigimos hacia otras zonas próximas de la ciudad baja donde encontraremos en primer lugar el convento de las Carmelitas Descalzas que se encuentra bajo la advocación de San José. Su fachada, que se corresponde netamente al modelo de iglesias carmelitanas, esconde un verdadero museo dada la considerable cantidad de obras de arte que alberga.

No distante de la plaza de la Descalzas se encuentra el que fuera convento de Frailes Mínimos. Su advocación es la de Nuestra Señora de la Victoria y se edificó en el primer tercio del siglo XVIII. Entre ambos edificios religiosos llama la atención el Palacio de los  Marqueses de la Peña que fue edificado a finales del siglo XVI siguiendo los modelos de la época. Posteriormente y continuando la ruta emprendida, nos dirigiremos al cercano convento de Santa Eufemia o de las Mínimas, como es también conocido. Su iglesia guarda obras de arte de singular interés pero, sin duda, la cúpula que cubre la capilla mayor sería el elemento que más  caracteriza este templo. En la Plaza de Santiago, nos encontraremos con la iglesia de este nombre cuya original fachada se articula como un atrio de dos pisos.

Museo del Convento de las Carmelitas Descalzas.
Interior de la iglesia del convento de Belén.
Cercano encontraremos el convento de Belén, otro importante cenobio al que se accede a través de un recoleto compás que sirve de atrio a su iglesia en la que destacan las abigarradas yeserías barrocas que la decoran, así como un destacado conjunto pictórico y escultórico cuya maestría podría relacionarlo con determinados artistas de indudable renombre.

 

Antonio Zoido es escritor.

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