Espejo, el centinela de la colina
Debido a su condición de frontera con el Reino de Granada, la localidad de Espejo, en la provincia de Córdoba, es una de las paradas más reseñables de la Ruta del Califato que impulsa la Fundación El legado andalusí.
Sobre la cresta de un cerro aislado en la cuenca del Guadajoz ̶ el afluente del Guadalquivir que estructura la campiña meridional de Córdoba y abre una vía natural de penetración hacia el sudeste ̶ , aparece Espejo, como un centinela ante la inmensidad del paisaje. Salta a la vista que ocupa un emplazamiento de excepcional valor estratégico, aprovechado desde fechas muy tempranas a tenor de su copiosa aportación arqueológica.
A los testimonios neolíticos sucede la existencia del notable recinto fortificado ibero-turdetano de Ucubi, datado de mediados del I milenio a. C. Diversos hallazgos, como una escultura de un toro y un freno de caballo conservados en el Museo Arqueológico Nacional, urnas, espadas, etc., indican el relieve de Ucubi, que jugaría un significativo papel durante las luchas entre César y los hijos de Pompeyo en territorio andaluz. Así, en el año 45 a.C. la localidad fue ocupada por Cneo Pompeyo, que ordenó la matanza de decenas de sus habitantes partidarios de César, quien, tras su conquista, le concedió la categoría de municipio romano con el nombre de Colonia Claritas Iulia Ucubi en premio a su fidelidad. Conoció entonces un próspero período: los restos de obras – muros defensivos, conducciones, un acueducto, esculturas, inscripciones, un sarcófago, monedas, entre otros hallazgos, ponen de manifiesto el desarrollo urbano y demográfico de esta escogida población que fue patria de Annio Vero, abuelo del emperador Marco Aurelio.
Más tarde, en tiempos de los visigodos y después de los musulmanes, sin embargo, el brillo de Espejo palidece, quizás por el auge de los establecimientos rurales dispersos y poblaciones muy cercanas, como Castro del Río.
En su etapa andalusí, el lugar ̶ llamado al-Qalat, la fortaleza ̶ quedó reducido a un torreón sin apenas pobladores, según se trasluce de sus primeras noticias después de la conquista cristiana, acaecida hacia 1240 en el curso de la ocupación de la comarca por Fernando III. Consta que desde 1260 perteneció el lugar a la familia de Pay Arias de Castro, siendo conocido como “las torres de Pay Arias” hasta que en 1303 Fernando IV le dio el apelativo latino de specula ̶ con el sentido de “atalaya”, “vigía” que tan bien refleja su posición ̶ al ratificar su señorío y respaldar su repoblación, fundándose el pueblo como tal en 1307. Copero de la reina, embajador ante el Papado, alcalde mayor de Córdoba, señor de Castro el Viejo, el poderoso magnate Pay Arias de Castro fue uno de los principales impulsores del régimen señorial que se extendió por todo el sur cordobés en la Baja Edad Media. Iniciativa suya fue además el fortalecimiento de las defensas de Espejo para proteger sus tierras, controlar la ruta del río Guadajoz y guarnecer esta campiña débilmente poblada que marcaba la frontera con el reino nazarí.
Tras diversos avatares, el señorío de Espejo acabó por entroncar con los Fernández de Córdoba de la Casa de Aguilar, integrándose en el siglo XVII en la Casa de Medinaceli. En el siglo XV, la villa desempeñaría un destacado papel en las guerras civiles del reinado de Enrique IV y en los enfrentamientos de los bandos nobiliarios hasta la pacificación impuesta por los Reyes Católicos, agitaciones que redundaron en el acrecentamiento de su formidable fortaleza.
En esos tiempos, y con el posterior desarrollo que propiciaría la bonanza del siglo XVIII, se forjaría la atrayente fisonomía de esta población de aire señorial y vocación agrícola, volcada en el cultivo de los cereales, el olivo y la vid. La fornida silueta del castillo señorea la colina donde se asienta la villa, dominando un dilatado horizonte de campiñas y pueblos. Forma un compacto bloque cuadrangular hecho de sillarejo, con torres esquineras y otra guardando la entrada. En el conjunto resalta la torre del Homenaje, disponiéndose su interior en torno al antiguo patio de armas convertido en patio porticado, con aljibe en el subsuelo. Iniciado en el siglo XIV por Pay Arias sobre cimientos romanos y árabes, su configuración definitiva responde sobre todo a las obras realizadas en el siglo XV y a reformas posteriores para adaptarlo a residencia, hoy propiedad de la duquesa de Osuna, que conserva en sus estancias parte de su colección pictórica. El castillo se rodea de un perímetro amurallado que ciñe la meseta superior del cerro y lo conecta con parroquia y la torre Caballero, un bastión exento con un bello vano conopial. En perfecto estado de conservación, el castillo de Pay Arias sobresale como un espléndido modelo de fortificaciones medievales cordobesas.
Desde la cumbre hasta el pie de sus laderas, Espejo despliega un casco urbano de plano concéntrico, revelador de su expansión a partir del germen del castillo. En la parte más elevada se desarrolla, entre fragmentos de murallas y torres, el sector más antiguo. Contiene una apretada trama irregular de calles sinuosas y cuestas pronunciadas que delatan su origen medieval: Carril de las Cruces, calle San Bartolomé, que se desliza hacia la plaza de España, las enrevesadas callejas del Barrionuevo, la plaza de la Constitución, hasta el Paseo de Andalucía, centro ya de vías más largas y niveladas fruto del crecimiento de la población a partir del siglo XVIII.
A la sombra de la fortaleza se alza el monumento religioso más señalado de Espejo, la parroquia de San Bartolomé, iglesia cuya austera apariencia contrasta con la variedad de su interior. Su obra básica corresponde a la construcción acometida a fines del siglo XV que le dio una disposición en tres naves con capillas laterales y cabecera plana, intervención gótica alterada después por sucesivas reformas.
A fines del siglo XVI se efectúo su ampliación y se construyó la capilla del Nazareno ̶ antes dedicada a la patrona, la Virgen de la Fuensanta ̶ que, por su envergadura, constituye un templo autónomo dentro de la parroquia. Si en el exterior la iglesia ostenta una torre y sencillas portadas de corte clásico, en el interior se aprecian bóvedas de nervaduras góticas en la cabecera y capillas y pilares con semicolumnas de fuste torso que son muestra de un goticismo tardío. Especial atención merece el retablo mayor, uno de los más notables de la provincia, de fines del XV o inicios del XVI, con una estructura gótica de refinada labra que alberga cinco tablas, firmada una de ellas por el pintor Pedro Romana, a quien se atribuye el conjunto, el más significativo representante de la escuela pictórica cordobesa de transición del Gótico al Renacimiento. En sus escenas se conjugan los recursos de la tradición medieval, como los dorados, con notas flamencas, patentes en la iconografía de los personajes, e italianas, en la cuidada arquitectura y paisajes de los fondos. En una capilla lateral se expone otra de las joyas de esta iglesia: el Tesoro, suntuoso museo parroquial de orfebrería con unas cuarenta piezas de los siglos XVI al XX que incluye auténticas obras maestras de los plateros cordobeses en los estilos gótico, plateresco, clásico y barroco. Han de citarse la exquisita cruz parroquial y la soberbia custodia churrigueresca de 1,6 m de altura cincelada en 1726 por el platero Bernabé García de los Reyes.
La nómina monumental de Espejo se dilata a lo largo de sus calles, por donde se reparten casas señoriales como las de Antón Gómez, de fines del XVI, y de las Cadenas, en la parte alta, y otras de orden barroco, del XVII y XVIII, hacia el paseo de Andalucía.
En cuanto a los edificios religiosos cabe mencionar el Colegio de San Miguel, fundado en 1758 con un singular oratorio barroco, cubierto por bóveda apoyada sobre un octógono; la ermita de la Virgen de la Cabeza, también del XVIII; las ermitas de Santa Rita, que señala uno de los rincones con más sabor de Espejo, y Santo Domingo, tienen ambas portadas de piedra y se encuentran, respectivamente, en los extremos del casco histórico.
El prolijo bagaje del pasado de Espejo aún cuenta con otro testimonio en sus alrededores, junto a la carretera hacia Castro del Río: el Aljibe, una enigmática construcción romana abovedada de sillares sobre un manantial, probablemente de finalidad religiosa.
EI santo rey, nacido en 1200, accedió en 1217 al trono de Castilla, cuya corona unificó definitivamente con la de León en 1230. Desde su juventud, el monarca encauzó las tensiones internas que atenazaban ambos reinos hacia una vigorosa política de dominio de los poderes andalusíes, sumidos en una profunda crisis a consecuencia de la derrota de las Navas de Tolosa en 1212 y la crisis del imperio almohade. Conjugando una hábil estrategia de pactos con el emir de Baeza al-Bayyasi, llevó a cabo la más decisiva serie de conquistas realizadas por un soberano cristiano: Baeza en 1226, Úbeda en 1233, Córdoba en 1236, Jaén en 1246, Sevilla en 1248. Al final de su reinado, la brillante capital de los omeyas, la sede de los califas almohades, el valle del Guadalquivir, la mayor parte de Andalucía, el corazón de al-Andalus, estaban en sus manos. Este logro, que lo elevó a la santidad, quedó simbolizado en su deseo de reposar en las tierras ganadas, en Sevilla, donde falleció en 1252. Hasta el empuje de los Reyes Católicos a fines del XV, pocos serían los avances que, en comparación, obtendrían sus sucesores. Durante casi dos siglos y medio, la división de Andalucía entre cristianos y musulmanes fue, en esencia, la establecida por la poderosa figura de Fernando III.
Por Fernando Olmedo.
Es historiador, escritor y editor.