Ifriqiya, un centro cultural y comercial al norte de áfrica
La gran importancia estratégica que tenía la ciudad de Cartago la convierte en una plaza inexpugnable para los ejércitos árabes que intentaban penetrar en el Norte de África. Fue por tanto Qayrawán la ciudad que se funda como capital de Ifriqiya.
Cuando los primeros contingentes árabes entraron en el área tunecina, comprendieron de inmediato que el punto de mayor resistencia ante su avance por el Norte de África estaba en Cartago, la capital de la zona en la Antigüedad. La flota árabe no estaba entonces conformada con el mismo nivel que alcanzaría en tiempos posteriores, cuando se enseñoreó en todo el espacio mediterráneo. Y Cartago, por tierra, en la segunda mitad del siglo VII, constituía una plaza inexpugnable. En realidad, el ascenso de Musa b. Nusayr se debió, en definitiva, a que acabó con la resistencia cartaginesa en la década del 690. La fundación de Qayrawán por Sidi Uqba, dos décadas antes, a cierta distancia de las aguas del Mediterráneo y de la antigua capital cartaginesa, aunque al abrigo de ambas, responde a una inteligente maniobra de rodeo por el interior del país sin acudir a un ataque frontal a los bizantinos que estaban en la costa. La decisión de Uqba b. Nafi dejaría en cualquier caso huella en la historia de Túnez y todo el Occidente del Islam. La presencia árabe supone una mayor ocupación territorial que la que tuvieron asentamientos anteriores, como fenicios, cartagineses, romanos o bizantinos. Esta expansión se ramificará a partir de entonces hacia el África negra o hacia el extremo de Occidente hasta llegar a la Tingitania, o la Península Ibérica. Desde Qayrawán se llegó hasta Tánger, Poitiers, la cuenca del Senegal y el curso medio del río Níger, al Sudán Occidental, como se le denominaba entonces. Esta es al final la herencia histórica profunda de la futura capital de los aglabíes.
Desde la ciudad de Qayrawán recién fundada, el gobernador de Ifriqiya (Norte de África) nombrado por el califa omeya de Damasco, Hasan b. al-Nuumán, conquista Cartago en el 692. Dos años después la plaza pasa de nuevo a manos de los bizantinos, que comprendieron que la pérdida del Golfo de Túnez significaba el final de su predominio en el área. El Imperio Romano de Oriente perdía una de las bazas sobre las que se asentaba su poder en el Poniente del antiguo Mare Nostrum. En el 698 Musa b. Nusayr, al mando de una flota que se había empezado a configurar con la primera expansión por el Mediterráneo Oriental, derrota a la armada bizantina frente a Cartago. La ciudad pasa a manos árabes, dando la razón del movimiento táctico comenzado por Sidi Uqba. Desde allí, Musa, ya como gobernador de Ifriqiya, alcanzará las tierras de al-Andalus, la antigua Hispania, a partir del 711.
El espíritu de Qayrawán comienza a fraguarse en estos primeros años de su incorporación al Imperio Omeya. La ciudad es uno de los centros vitales del Norte de África, el enlace necesario hacia Occidente en dirección a las tierras de Europa, pero también del continente africano.
Convertida en centro político, permanecerá como enclave cultural y comercial durante el resto de su historia hasta nuestros días. La ciudad representó, en el momento de la segunda expansión del imperio, cuando la funda Sidi Uqba, el engarce entre la Península Árabe y las tierras que iban incorporando a sus dominios, en el continente africano y más allá de los estrechos de Gibraltar o de Mesina. Entre los siglos VII y XV, la herencia de Qayrawán va a ir proyectándose sobre todo el Occidente del Islam.
La extensión del Imperio Árabe en el siglo VIII hasta las tierras de la Península Ibérica se realizó en un principio desde la capital tunecina. De ella partieron las órdenes que el gobernador del Norte de África, Musa b. Nusayr, dio para la conquista de la antigua Hispania. Él mismo se vio más tarde involucrado directamente en el suceso. Los descendientes de Uqba b. Nafí, los grupos fihríes, participaron en la implantación en los nuevos territorios junto a elementos yemeníes que intentaron conseguir una posición predominante desde los primeros momentos de al-Andalus.
La historia del país durante el primer siglo responde a un guion en el que los actores principales oscilan entre las órdenes que el califa omeya de Damasco transmite a través de los gobernadores de Qayrawán, la acción autónoma de estos, los elementos militares que llevaron a cabo la conquista y los naturales de Hispania que establecieron alianzas familiares con uno u otro de los dirigentes. Por esto, sobre todo hasta la llegada del emir Abderrahmán I en el 755, lo cual introduce una nueva dinámica en la Península, la influencia de Qayrawán fue decisiva para establecer las bases del régimen andalusí. En siglos posteriores los puentes andaluso-tunecinos nunca quedarán cortados, más allá de vicisitudes políticas momentáneas.
Cuando Idrís I llega a finales del siglo VIII a las tierras del Magreb Extremo se encontró con un medio político y administrativo que derivaba directamente de las condiciones en las que se había desarrollado el proceso de la conquista árabe y de la fragmentación que ya tenía el territorio en tiempos anteriores. Contaba con una implantación romana y bizantina que se había limitado a las áreas costeras de manera casi exclusiva. Por eso, el fundador de la dinastía Idrisi acudió a un mecanismo lógico y que tuvo en cuenta la situación de todo el espacio del Occidente árabe. La necesidad de constituir una capital que permitiera una administración viable de sus dominios se encuentra en la raíz de la fundación de Fez, una de las urbes que articularían en el futuro todo el espacio norteafricano. De este modo acudió a acoger a dos contingentes de inmigrantes que configuraron los dos barrios iniciales de la ciudad: el de los qayrawaníes y el de los andalusíes. Estos, que habían liderado las revueltas del Arrabal de Secunda en Córdoba, hubieron de salir del país por decisión del emir omeya. El hecho de acudir a contingentes de Qayrawán pone de relieve el papel de pivote que la ciudad jugaba entonces en toda la región. En este sentido actuó, al igual que en otras ocasiones, como madre de ciudades. En menor medida lo haría más tarde en el continente africano. En tiempos posteriores, los aglabíes llevarían a Qayrawán a su primer momento de esplendor. Su instauración, a comienzos del siglo IX, responde a la fragmentación del Imperio Árabe, a través de un general abbasí, Ibrahim b. Aglab, que poco a poco va ganando autonomía respecto a los califas de Bagdad. Esta fragmentación, y los aglabíes, constituyen un ejemplo notable, pues no solo no resultó traumática, sino que hizo viable la estructura social, política y económica del Mundo Árabe de la Edad Media y dio origen a un considerable despegue de la zona. De este modo los sucesores de Ibrahim b. Aglab, convertidos en dinastía, posibilitaron un mejor aprovechamiento del territorio mediante la irrigación de tierras, la experimentación con nuevos cultivos e incluso la reforestación. También procedieron a una serie de explotaciones mineras en terrenos no aprovechados por los romanos, aparte de elementos externos de una familia gobernante, como la fundación de un tiraz para elaborar productos de lujo o la acuñación de monedas propias. A ellos se debe la conversión de Qayrawán en un centro comercial imprescindible para toda la actividad del Norte de África.
La repercusión fue enorme para el desarrollo urbanístico de la ciudad en todos los niveles. Pero también a la hora de abrir las rutas hacia el corazón de África, en búsqueda del intercambio de productos y del oro del Sudán, imprescindible para un comercio que precisaba emisiones de moneda cada vez más numerosas, dado el volumen de mercancías que se movían.
Hasta la llegada del emir Abderrahman I en el 755, Qayrawán fue decisiva para sentar las bases del régimen andalusí.
La extensión del Imperio Árabe al otro lado del Canal de Sicilia resultó un proceso considerablemente más amplio que el que se produjo de manera casi vertiginosa en la Península Ibérica. Tuvo lugar más de un siglo después de que las tropas de Táriq b. Ziyad cruzaran las aguas del Estrecho de Gibraltar. La isla siciliana se encontraba entonces bajo soberanía de los bizantinos. Era casi el último reducto del Imperio Romano de Oriente en el Mediterráneo Occidental. La conquista árabe de Sicilia contó con la participación de elementos andalusíes, pero fue debida sobre todo a la iniciativa de los aglabíes de Qayrawán. La empresa les llevará la parte central del siglo VIII. Para el conjunto del Mundo Árabe supone el dominio del espacio mediterráneo. Quizás con mayor intensidad que el que supone la conquista de Creta. En el mismo proceso los aglabíes quedarán como señores de Malta.
La Sicilia árabe permitirá el acceso a la región meridional de la Italia peninsular, que sin embargo no pertenecerá al Imperio Árabe. El espacio siciliano lo hará hasta la conquista normanda del siglo XI. Hasta la aparición de los fatimíes en el 909, los gobernadores de los Banu Aglab de Qayrawán administrarán este enclave fundamental del comercio mediterráneo.
En el año 831 Palermo queda convertida en la capital de la nueva provincia aglabí, que recibirá la influencia qayrawaní en su primera conformación. La pervivencia de usos de tiempos bizantinos nos ejemplifica el mecanismo de asimilación que el islam medieval adoptó como comportamiento habitual y que permitió, como en tantos otros lugares, una incorporación de colectivos no traumática. Desde Palermo fueron planificados ataques a las tierras del otro lado del Estrecho de Mesina que no tuvieron resultados de expansión territorial. El Imperio había llegado desde este lugar de Europa hasta la Sicilia aglabí.
Los sucesores de Ibrahim b. Aglab sí hicieron posible sin embargo una extensión de la influencia de Qayrawán en dirección al Sahel africano. Antes de la llegada árabe, la orilla del Mediterráneo y el África Occidental subsahariana constituían dos espacios humanos segregados. La Edad Media va a permitir la conexión de estos dos espacios. Dicha conexión se realizará mediante una serie de rutas que los enlazan por Occidente, a través de Siyilmasa, Awdagust y las ciudades de las cuencas del Senegal y el Níger. Pero también en la parte central a través de caminos que partirán desde Qayrawán hasta el centro del Sahara, camino de lo que históricamente ha sido conocido como el Sudán Occidental.
Por estos caminos transitaron las caravanas que llevaban hasta las estribaciones de las selvas tropicales del Golfo de Guinea los productos de la franja mediterránea, como la sal, las telas o los artículos de cerámica o de lujo. En sentido inverso entraba el oro necesario para las amonedaciones que el Mundo Árabe exigía por el alto volumen de intercambios; también productos exóticos y otras mercancías del África Negra. Y en ambos sentidos el tránsito de esclavos.
A través de estos intercambios comerciales se fue produciendo, de forma paulatina, la entrada del islam en el África Occidental Subsahariana. El proceso se extiende al menos hasta el siglo XIV. Con intervenciones, en dirección contraria, del sur hacia el norte, de poblaciones del Sahel meridional que intervienen en la política del área mediterránea, como es el caso de los almorávides, originarios de las orillas del Senegal, durante el siglo XI. Los ulemas de Fez o Qayrawán intervinieron en la configuración del islam en esta porción de África. Pero también se fueron añadiendo usos locales que hoy pertenecen al acervo común de todos los musulmanes. La imbricación de colectivos qayrawaníes o de moriscos andalusíes en la historia de la Curva del Níger muestra la versatilidad de la civilización que se alumbró en esta parte de nuestra historia.
Pero el espíritu de Qayrawán se proyecta también durante toda la Alta Edad Media no sólo desde el punto de vista de la expansión geográfica. Su influencia va más allá de la extensión de la norma musulmana y la cultura árabe hacia el Occidente. La civilización que alumbra el islam de la Edad Media, sucesora de la herencia mediterránea grecolatina resulta, en su elaboración final, del aporte de muy diversos colectivos y entornos geográficos. Esto da lugar a una cultura común sobre la que se desarrolló un espacio de intensas relaciones científicas, intelectuales y económicas. En los muy diversos parámetros sobre los que se levanta esta civilización se observa la influencia de Qayrawán. El hecho se constata durante su primer momento de esplendor, hasta el siglo X, momento en el que su acción es más relevante, aunque se extenderá también en tiempos posteriores.
Uno de estos vectores se puede ver en el paradigma de mezquita que surge desde la Mezquita de Sidi Uqba. Su primera construcción surge de los primeros tiempos de la implantación del islam en la zona. La mezquita será, junto con el mercado y la acogida del poder político y administrativo de la comunidad, una de las señas de identidad de las urbes árabes medievales. En este caso, desde una primera concepción como fortaleza, este oratorio se irá abriendo a los otros usos que las mezquitas aljamas van adquiriendo. De este modo, los elementos configuradores de Sidi Uqba se proyectan como modelos a tener en cuenta en la aljama omeya de Córdoba o la Qarawiyín de Fez. El alminar sobrio que actúa como vigía, el amplio patio que da paso al bosque de columnas de la sala de oración, los sistemas de recogida de aguas quedan fijados como elementos fundamentales. Más tarde los veremos en otros lugares de oración del Occidente.
En estas galerías se llevó a cabo una notable actividad intelectual desde los primeros momentos. Desde ellas salieron maestros e ideas hacia otros lugares del Occidente. Una leyenda de Qayrawán nos remite en este campo a un deseo expresado por el mismo Sidi Uqba en el momento de su fundación: “¡Dios mío: llena esta ciudad de ciencia!”. Así, un buen número de sabios medievales pasaron por ella en sus viajes hacia Oriente aprovechando el saber de sus maestros para completar lo que ellos denominaban el viaje en búsqueda del conocimiento. Completando las funciones de una ciudad árabe, Qayrawán fue también un importante centro comercial. El impulso económico que la conquista árabe supuso para todo el Norte de África se plasma desde el primer momento en las referencias sobre la capital. Por un lado, su medina acogió actividades artesanales como la fabricación de tapices valorados en todo el mundo conocido, y que permanece como actividad señalada hasta nuestros días. Por otro lado, en sus alhóndigas se intercambiaban no sólo los productos elaborados en el territorio, sino los que venían desde las orillas del Atlántico, la lejana China a través de la Ruta de la Seda o de las profundidades de África, transportados por las caravanas que atravesaban el Sahara desde las cuencas del Níger y el Senegal.
Una antigua leyenda del lugar nos cuenta que Uqba b. Nafí eligió el emplazamiento de Qayrawán porque, al tropezar su caballo, brotó de la tierra un manantial cuyo caudal de agua provenía directamente del pozo de Zamzam, en el recinto de La Meca. De él había dado de beber Abraham a Agar tras su travesía del desierto. En origen, el pueblo árabe hunde sus raíces en el comercio y las estepas de Oriente. Sin embargo, tras su implantación en el Mediterráneo, en Marruecos y Andalucía, en Sicilia y Argelia, dio origen a una floreciente agricultura que está ya unida de manera indisoluble al Islam Occidental. Por eso al referirnos a la civilización del Mundo Árabe no hablamos ya de beduinos del desierto sino de poblaciones sedentarias, que fundieron el recuerdo de la agricultura sudarábiga, o de la practicada en la antigua Mesopotamia, con los conocimientos de la cultura romana.
El paisaje de aquel tiempo quizás nos hable de una fertilidad superior a la que hoy estamos acostumbrados, la que vemos en años de intensa pluviometría como la que hemos disfrutado este año. Esto propiciaba una agricultura de mayores rendimientos, y en cualquier caso un aporte científico en este campo que encuentra quizás uno de sus hitos fundamentales en el regadío o en el aprovechamiento de los suelos marginales. Los campos del Mediterráneo Occidental, desde Meknés a Jaén, ofrecen durante la Alta Edad Media numerosos ejemplos. En el caso de Qayrawán contamos con elementos señalados como los Estanques de los Aglabíes.
Estanque aglabí, la gran obra hidráulica de los aglabíes. En la actualidad conservamos solo una pareja de ellos, pero tal vez llegaron a ser catorce. Esto nos da una idea del esfuerzo que se llevó a cabo en este campo por los gobernantes de la ciudad a partir del siglo VIII. Aparte de recoger el agua de la lluvia, el sistema contenía una traída de aguas desde el Monte Cherichera, a casi una cuarentena de kilómetros.
Como en otros lugares de la región, el agua dio origen a una serie de leyendas. Quizás una de las más conocidas sea la de Ahmad, el peregrino de Qayrawán que se traslada a La Meca para cumplir el precepto musulmán del Hachch. Al ir a beber en el pozo de Zamzam, pierde por descuido su vaso. Más tarde, de vuelta a la ciudad lo recupera en el mismo lugar en el que el caballo de Sidi Uqba había alumbrado el manantial que dio origen al asentamiento de la capital.
A lo largo de los siglos, Qayrawán se ha convertido en lugar de acogida de personajes venidos de todo el mundo conocido. Las personalidades que han llegado hasta sus muros a lo largo de los siglos son innumerables. Algunos de ellos cobran especial relevancia, como Muhammad b. Jayrún al- Maafiri, el cordobés, que llegó en el 866 y que levantó una de las joyas de la ciudad, la llamada Mezquita de las Tres Puertas. O Ibn Sahún (777-828), el autor de la Mudawwana, discípulo de Malik b. Anas. El maestro sevillano Abu Bakr Muhammad az- Zubaydi (928-989), contabiliza, hasta cincuenta y siete discípulos andalusíes de Ibn Sahnún, que difundieron sus enseñanzas en la Península Ibérica. El mismo al-Zubaydi pone de relieve en su obra Categorías de gramáticos y lingüistas la labor de Ibn Sahnún como filólogo.
En un momento de la historia de la Humanidad en que hemos de ofrecer puntos de encuentro para abordar el futuro con garantías de viabilidad, un hecho como este puede valorar el significado de esta ciudad.
Retrato de Rafael Valencia Rodríguez pintado por Jesús Conde