Ignacio de las Casas, un sabio jesuita morisco conciliador de dos mundos
PARTE I
Por César de Requesens Moll.
Las tensiones que vivió la sociedad granadina en el siglo XVI tras el misterioso hallazgo de los llamados libros plúmbeos del Sacromonte, y el asunto de los moriscos, dieron voz al religioso jesuita Ignacio de las Casas –él mismo de origen morisco– como mediador en la causa de sus ancestros.
Ignacio de las Casas (Granada, 1550 – Ávila, 1608) era hijo de los moriscos granadinos Cristóbal de las Casas, procurador y solicitador de pleitos, y de Gracia de Mendoza. Su primera educación (1562-1568) tuvo lugar en el internado del Albayzín de Granada, institución conocida como Casa de la Doctrina, siendo allí alumno del jesuita también de origen morisco Juan de Albotodo. Sus primeros estudios, de Humanidades (1568-1569), tuvieron lugar en Montilla y de Lógica (1569-1570) en Córdoba.
Por su linaje y por la situación de los moriscos granadinos tras la rebelión (1568-1571), De las Casas fue admitido en la Compañía de Jesús en el noviciado de San Andrés del Quirinal de Roma (1573), donde fue inscrito con el nombre de Lope Álvarez, y en Florencia en 1574 con el nombre de Ignacio López. En Roma fue oyente de artes (1575-1578) y estudió en privado teología, controversia y casos, y hebreo con un maestro nativo. Allí aprendió a leer y escribir árabe, su lengua materna, bajo la dirección de Roberto Belarmino. En 1578, pasó a la provincia de Castilla, donde probablemente se ordenó. En el colegio de Segovia (marzo de 1579) ya había tomado su apellido De las Casas (Delle Case en los documentos italianos). De este modo, tan académico, se produjo su ingreso en la Compañía de Jesús, tomando sus votos después de años de formación y estudio, en 1603.
Ilustración de la Torre de David en Jerusalén por David Roberts, de la obra Holy Land (1842-1849)
Enviado en 1579 como acompañante de Juan B. Eliano en su misión al patriarca de Alejandría, encargada por Gregorio XII a la Compañía de Jesús, enfermó gravemente en Alicante. En 1581, marchó a Roma, donde fue penitenciario de San Pedro para la lengua árabe. Por su conocimiento de esta lengua, Gregorio XII lo designó para acompañar, en unión del Padre Leonardo de Sant’Angeli y del Hermano Juan Francisco Lanza, a Leonardo Abela, obispo de Sidón, en su misión a los sirio-ortodoxos y a otros patriarcas orientales (1583-1584). Impedido por la enfermedad, De las Casas no pudo ir con Abela y Sant’Angelo a Caramid (Qara Amid, hoy Diyarbakir, Irak), pero visitó dos veces el monasterio de Qannubin en el Monte Líbano, donde departió con el patriarca de los Maronitas y ejerció el ministerio con monjes y fieles. Mantuvo también conversaciones con otros cristianos orientales, y con musulmanes y judíos.
Después de celebrar la Pascua en Jerusalén, con Abela y con sus compañeros jesuitas, volvió con éstos a Roma en el invierno de 1584. De nuevo en Florencia, se ocupó en especial de los españoles. En 1587, fue enviado a Valencia para el apostolado con los moriscos. Por exigirlo las disputas con los alfaquíes, repasó artes en Gandía (1588-1590) y Alcalá (1590- 1593), donde tuvo como profesor al reputado filósofo y teólogo jesuita Francisco Suárez. Sus siguientes destinos fueron Palencia, Segovia, León, Logroño y en 1594-1595, Orán (hoy Argelia).
En Roma ayudó a Francisco Torres a traducir los cánones del Concilio de Nicea, considerado el primer concilio ecuménico de la Iglesia Católica, que fue convocado por el emperador Constantino en el año 325.
Fue ocasionalmente intérprete de árabe con el Santo Oficio en Valladolid (1596) y en el Consejo Supremo (1598), a la muerte de Jerónimo de Mur, intérprete y calificador de la Inquisición en Valencia (1602-1604).
Propició el estudio del árabe para formación de intérpretes en la corte de Roma, así como de teólogos doctos en las ciencias eclesiásticas y coránicas para el apostolado entre moriscos y cristianos orientales, expuestos al influjo del islam. Por la misma razón, propuso a diversos pontífices (Gregorio XIII, Clemente VIII y Paulo V) la impresión de libros arabo cristianos y la confección de un catecismo para moriscos y con refutación de las doctrinas anticristianas del islam, en lo que él mismo estaba trabajando. En este sentido criticó severamente, por su falta de objetividad y sus errores respecto a las doctrinas coránicas, los catecismos publicados por el patriarca (san) Juan Ribera en Valencia. Para De las Casas, el aprendizaje del árabe era capital tanto a nivel religioso como a nivel político y estratégico. Pero no debe olvidarse que su origen era morisco, es decir, que sus padres eran conversos y sus abuelos habían sido buenos musulmanes.
En algunos textos remitidos al respecto a Roma, el jesuita se deshace en elogios a la lengua árabe, recordando que era una de las lenguas más antiguas de la tierra, difundida en África, Asia, Extremo Oriente y parte de Europa, siguiendo el avance del islam.
El desconocimiento del castellano de muchos de los moriscos era una de las razones que llevaban a De las Casas a oponerse a la prohibición de la lengua. Pero también, mostrando su pragmatismo a este respecto, avisaba del riesgo de provocar levantamientos. También argumentaba que, si los sacerdotes que se embarcaban para las Indias se veían obligados a aprender “nuevas y más bárbaras y difíciles lenguas que ésta”, la iglesia no podía negarse a formar un cuerpo de sus misioneros en la lengua árabe. Llegó incluso a proponer que los propios jóvenes moriscos aprendieran el árabe para ser ellos mismos auxiliares en las tareas de evangelización de sus comunidades.
En Castilla, los convertidos y mudéjares eran los más integrados; apenas conocían el árabe y “vestían a la cristiana”, pudiendo llevar armas y desempeñar diversos oficios, aunque mantenían costumbres como no comer cerdo, ni beber vino y casarse con los de su comunidad. En Aragón, los tagarinos eran acusados de practicar sus ceremonias religiosas en público y también clandestinamente gracias a la pervivencia de alfaquíes en sus comunidades, de tener contactos con África del Norte y de que, aunque rezaban en latín, no entendían lo que decían.
«Los moriscos en el reino de Granada, dando un paseo en el campo con mujeres y niños». Christoph Weiditz, 1529. ©Wiki Commons.
La ruptura de las dos comunidades era un hecho y la situación de la comunidad morisca no hacía más que empeorar ante los abusos del clero, de los funcionarios y de los señores de la época. Eran tenidos en su conjunto como conspiradores, aliados de los enemigos de España, espías o ‘quinta columnistas’, especialmente en las zonas costeras donde eran frecuentes las incursiones de piratas berberiscos. Existía cierta psicosis colectiva producto de las tensiones internacionales y de la fortaleza del emergente imperio español que tantos enemigos había acumulado en tan sólo un siglo. La política de la Corona, cada vez más represiva en su afán de erradicar cualquier huella de islamismo en España, culminó con la publicación de la pragmática de 1567. Ignacio advirtió que la adopción de todo este arsenal represivo contra esta población les había vuelto refractarios a recibir el mensaje cristiano, irritando su ánimo y acentuando su resentimiento hacia la sociedad de cristianos viejos.
Las desigualdades entre cristianos viejos y moriscos también fueron un tema tratado por De las Casas. Las mismas Capitulaciones de Granada de 1492 reconocían “que los moros no darán ni pagarán a sus altezas más tributo que aquello que acostumbran a dar a los reyes moros”. Pero la realidad era que los moriscos pagaban en impuestos, casi el doble más. La consecuencia ante esta arbitrariedad era que se sentían excluidos, lo cual favorecía un repliegue que les conducía a buscar en su comunidad, en sus raíces, en la cultura de sus antepasados, el consuelo, la comprensión, el reconocimiento que el nuevo status quo les denegaba. De las Casas, junto a figuras como las del noble valenciano Jerónimo Corella, el franciscano Antonio Sobrino, o el arbitrista Pedro de Valencia entre otros, proponía primero atraerlos con buenas obras, y sobre todo preconizaba la desaparición de las desigualdades con la supresión de la discriminación fiscal. Atraerlos con amor, caridad y ejemplaridad era el fondo de su mensaje.
Reproducción de uno de los libros plúmbeos realizada a buril por Francisco de Heylan (1624), impreso en Granada en 1741 en la Imprenta Real. [1]
Diego Nicolás Heredia Barnuevo. Mystico ramillete historico, chronologyco, panegyrico, texido de las tres fragrantes flores del nobilissimo antiguo origen, exemplarissima vida, y meritissima fama posthuma del Ambrosio de Granada…, el Ilmo. y V. Sr. Don Pedro de Castro, Vaca y Quiñones… Arzobispo de Granada, y Sevilla, y Fundador Magnifico de la Insigne Iglesia Colegial del Sacro Monte Illipulitano. / dalo a la luz pública el doct. D. Diego Nicolas de Heredia Barnuevo…
[1] Impreso en Granada en la Imprenta Real, 1741. Grabados a buril sobre cobre en su mayor parte de Francisco Heylan sobre dibujos de Lucenti aprovechando las planchas creadas para la Historia eclesiástica de Granada de Justino Antolínez que quedó sin publicar. Ejemplar digitalizado de la Universidad de Granada. ©Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 License
La aplicación de los estatutos de limpieza de sangre dificultaba el acceso de los cristianos nuevos (descendientes de judíos y de musulmanes) a ciertos oficios y puestos importantes en la estructura del Estado y de la Iglesia.
Los estatutos de limpieza de sangre, que surgen a mediados del siglo XV, fueron adoptados a partir de 1556 por Felipe II en la catedral de Toledo. La Compañía de Jesús los incorporaría en 1593.
Ignacio de las Casas reclamaba la abrogación de los estatutos de limpieza de sangre por considerarlos denigrantes y un obstáculo para la integración y conversión de los moriscos. Estos impedían el acceso de los cristianos nuevos al sacerdocio o a cualquier otro cargo eclesiástico, e incluso llegó a solicitar al Papa que mandase “quemar todos los procesos de todas las inquisiciones y juntamente todos los sambenitos y que no se pudiesen llamar ni tener por cristianos nuevos los que pasassen [sic] de cien años después del baptismo de sus pasados”.
Detalle de la obra de Goya, Tribunal de la Inquisición, donde aparece un condenado llevando un sambenito.
De las Casas insistía en el interés que podía tener el árabe como lengua de predicación en España, pero el religioso, como veremos a continuación, iba aún más lejos, ya que según él esta lengua podía contribuir, como lengua de predicación, a la expansión del cristianismo. La Iglesia, gracias a unos predicadores instruidos, conocedores de la lengua, cultura y religión musulmanas, podría extender su influencia por todas las regiones del mundo que se encontraban bajo dominación musulmana. De igual modo, podría de este modo alcanzar las famosas cristiandades orientales cismáticas (iglesias caldea, jacobita, copta y maronita) tan sólo diferentes (que no heréticas) de la Iglesia de Occidente por la extrañeza de sus ritos y la influencia de las culturas locales.
Jesuita como era, De las Casas seguía en su propuesta expansionista de la fe católica, incluso a través de una lengua como el árabe. El espíritu ignaciano de conquista espiritual incluso hasta los territorios propios del islam fue un sueño acariciado por el propio San Ignacio de Loyola hasta su muerte. La clave, pues, estaba en el aprendizaje de la lengua del Corán, que el propio San Ignacio había animado a aprender a pesar de los prejuicios que en España existían contra todo lo musulmán. Pero el jesuita se topó con otras prioridades evangelizadoras. En 1607, España estaba ocupada en evangelizar a los indios de América y ya tenía los ojos puestos en los chinos y los japoneses.