Jerónimo Münzer y su viaje por la España del siglo XVI
PARTE I
En el año 1495, tres años después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, un viajero alemán, el médico Jerónimo Münzer visita Granada. En su importante crónica nos relata cómo era esa ciudad recién convertida en cristiana.
El viaje ha ocupado desde siempre un lugar destacado entre las actividades del ser humano, tradicionalmente entregado al deseo de conocer mundos diferentes. En los inicios medievales, buena parte de las calzadas romanas, ya muy deterioradas, empezaron a desaparecer. Y si bien es verdad que muchas subsistieron, la mayoría de ellas lo hizo en mal estado. Daños ocasionados por la climatología y la vegetación, así como la falta de una correcta conservación, fueron, entre otras, las causas que favorecieron su empeoramiento. Más tarde, como consecuencia de unas técnicas constructivas más sofisticadas, las vías terrestres fueron ganando en calidad conforme pasaron los siglos. Esto último, unido a unos equipamientos más evolucionados y a unos carros de transporte diseñados para alcanzar mayor velocidad, animó en su conjunto a viajar más.
Pero trasladarse de un lado a otro en época medieval nunca fue fácil. Además de entrañar no pocos riesgos, el viaje obligaba a enfrentarse a múltiples situaciones adversas que, por si fuera poco, había que solventar en condiciones nada favorables. Porque a lo incómodo de los medios de traslado debían sumársele otros inconvenientes, como, por ejemplo, el de tener que defenderse de los salteadores de caminos, o el de verse gravado con impuestos de peaje en determinadas zonas de paso.
Y, aun así, en la Edad Media se viajó mucho; principalmente, en sus etapas finales. Interesaba comerciar con individuos de otras ciudades y estrechar vínculos con países diferentes, lo que se traducía en un continuo trasiego de caravanas y en un permanente ir y venir de embajadas. Eran asimismo frecuentes las peregrinaciones religiosas que tenían por destino tierras extrañas y resultaba común toparse con personas de espíritu inquieto que aspiraban a poseer información del mundo desconocido. Pensemos, por lo demás, en las periódicas y reincidentes epidemias que asolaban las poblaciones, lo que constituía una seria amenaza para sus habitantes, obligados en muchos casos a abandonar sus lugares de origen buscando una mayor seguridad.
Captura de un fragmento de la reconstrucción virtual creada a partir del facsimil que Ernst George Ravenstein realizó a principios del siglo XX, mejorando la legibilidad del globo terráqueo de Martin Behaim, 1492-1493. ©Instituto Geográfico Nacional. Servicio de documentación.
Como ha sucedido en todas las épocas, al amparo de estos viajes nació una rica y profusa literatura que, aun siendo mayormente atribuible al gremio de los escritores, se debió en no pocos casos a la inspiración de personajes sin relación aparente con el mundo del papel y la tinta. Con independencia de que estuviese dirigida a personalidades concretas o a un público mayoritario, bajo este tipo de producción siempre se descubría un cierto afán por narrar experiencias autobiográficas con las que el autor, al margen de su formación, pretendía entretener, plantear cuestiones científicas, o bien formular una mezcla literaria con dosis de ambas cosas. Lo normal es que unas notas tomadas a diario fuesen puestas en orden para que, ya finalizado el viaje y una vez redactado el material, los apuntes registrados concluyesen en un libro. Entre otras aportaciones, la obra resultante proporcionaba datos histórico-geográficos de las poblaciones visitadas por el viajero, así como información sociopolítica de los grupos con los que contactaba. De igual modo, acostumbraba a reflejar los sentimientos que se experimentaban en los inicios de una aventura y las peculiares condiciones y situaciones que era preciso sortear cuando se llegaba a espacios nuevos y se entraba en relación con comunidades diferentes.
En Jerónimo Münzer, como en tantos otros personajes que invirtieron tiempo y animosidad en emprender un largo viaje, convergen algunos de esos elementos, factores, propósitos, riesgos, obstáculos y condicionamientos antes aludidos.
Hieronymus Monetarius era la forma latinizada con que Jerónimo Münzer, atendiendo a la costumbre extendida entre ciertos humanistas del siglo XV, solía firmar sus trabajos. Vino al mundo en fecha aún por determinar y lo hizo en el seno de una familia acomodada de Feldkirch, pequeña localidad de la provincia austriaca de Vorarlberg. La población, un lugar fronterizo rico en bosques y de clima benigno, se halla ubicada en la zona más occidental de Austria y pertenece a una unidad administrativa que en otro tiempo formó región con el Tirol, del que queda separada físicamente por el Arlberg, conocido puerto de los Alpes. Por las fechas que reflejan algunas de sus actividades, puede deducirse que nació en el año 1460, época en la que los dominios de Austria se hallaban divididos. Federico III y Alberto VI venían repartiéndose respectivamente la Baja y la Alta Austria. Luego, no mucho después, Maximiliano I, hijo y sucesor de Federico, padre de Felipe el Hermoso y, por tanto, abuelo de nuestro más cercano Carlos V, procuraría a la región una primera etapa de mayor cohesión. Gran favorecedor de las ciencias y las artes y muy interesado en promover la nueva cultura humanista, el emperador Maximiliano siempre se supo rodear de grandes científicos y hombres de letras. Todo parece indicar que, precisamente, habrían sido estas especiales inquietudes las que le habrían llevado a pedir personalmente a Münzer que dirigiese un escrito al monarca portugués Juan II solicitando de este la participación en una empresa marítima similar a la de Cristóbal Colón. Proyectaba, por tanto, dar alcance al litoral asiático a través del Atlántico. Y a tenor de su dinamismo intelectual, no es de extrañar que Maximiliano I, visto el apoyo que la reina Isabel había prestado al famoso navegante, e informado de cómo éste había sido recibido triunfalmente en Barcelona por los monarcas católicos, encontrase en los éxitos de Colón un estímulo para imitar su proeza. Sólo importaba dar con una persona de la que valerse para estar al tanto de los detalles de la operación. Según se cree, la elección recayó en Jerónimo Münzer.
Nuremberg en el Liber Chronicarum (1493).
Antes especulamos con la fecha de nacimiento del viajero austriaco. Para ello, tomamos como referencia el año 1479, momento en el que sabemos que Münzer se doctoró en Medicina. La graduación le llegó a orillas del río Tesino, en la reputada Universidad de Pavía, después de haber seguido estudios en esta misma localidad lombarda. No obstante, meses después, con el título de doctor bajo el brazo, cuando aún no contaba los veinte años, se trasladó a Nuremberg, la ciudad que temprana y directamente recibiera de Italia los gérmenes de la civilización renacentista.
Es muy posible que fuera allí donde trabara contacto con el historiador alemán Hartmann Schedel. Este, tras estudiar medicina en Italia, había vuelto a su ciudad natal no sólo con la titulación de médico, sino con gran afición por la antigüedad clásica y cierto talento para describir las cosas notables que había visto en las ciudades italianas. Interesa sacar a colación el nombre de este célebre humanista porque en la Biblioteca de Múnich se ha conservado un manuscrito misceláneo ̶ el Codex Latinus Monacensis 431 ̶ que, habiendo pertenecido a Schedel, contiene un apartado de algo más de doscientos folios que se corresponden con una obra de Münzer. De esta, como de otras del mismo autor, dio cuenta el bibliotecario de Múnich Johann Andreas Schmeller a mediados del siglo XIX. Luego, algo después, Friedrich Kunstman se decidiría a editar una de ellas junto a fragmentos aislados de la crónica del viaje del austriaco. El itinerario había tenido lugar durante los años 1494 y 1495 y sus resultados habían sido publicados posteriormente con el título de Itinerarium sive peregrinatio per Hispaniam, Franciam et Alemaniam. Fue el célebre polígrafo Arturo Farinelli quien, tras consultar el manuscrito en Múnich, insistió en la conveniencia de editarlo. Los calificativos elogiosos del profesor italiano debieron de pesar en el ánimo del reputado hispanófilo Foulché-Delbosc, toda vez que fue este quien dio acogida entre las páginas de la Revue Hispanique ̶ publicación de la que era fundador y director ̶ a la parte del relato correspondiente a la Península Ibérica. El trabajo de edición corrió a cargo de Ludwig Pfandl, que lo publicó en 1920 con el título de ltinerarium hispanicum. Cuatro años más tarde, el académico Julio Puyol presentaba en el Boletín de la Real Academia de la Historia la traducción al castellano de dichos fragmentos, que tituló Viaje por España y Portugal en los años 1494 y 1495. Posteriormente, ya en 1951, José López Toro se encargaría de ofrecer al público una nueva versión castellana.
Una epidemia de peste obligó al doctor Monetarius a abandonar Nuremberg cuando apenas habían transcurrido cinco años desde que empezara a ejercer la medicina en esta ciudad. Corría el año 1484. Desde allí se dirigió a Italia, donde residió justo una década, al término de la cual regresó a Nuremberg, población que otra vez abandonó en 1494 debido a nuevos brotes de peste.
En esta ocasión salió en compañía de dos jóvenes amigos de la localidad, Nicolas Wolkenstein y Gaspar Fischer, y de un amigo de Augsburg llamado Antonio Herwart. Emprendieron viaje el 2 de agosto de 1494 y juntos recorrieron Alemania, Suiza, Francia, España y Portugal. De regreso a su país aún tuvo tiempo el médico austriaco de perfilar todo lo recopilado durante su gira. Trece años más tarde, el 27 de agosto de 1508, moría Jerónimo Münzer en Nuremberg con alrededor de cincuenta años. Antes de fallecer supo de la muerte del célebre geógrafo alemán Martin Behaim, ocurrida un año antes en Lisboa, en julio de 1507. Viene a propósito este dato porque con este famoso navegante amigo de Colón tuvo Münzer oportunidad de colaborar en la construcción de la esfera terrestre a la que debe Behaim su gloria indiscutible. Es precisamente su participación en este famoso globo terráqueo, así como su colaboración en la edición latina del Liber Chronicarum de Hartmann Schedel, lo que permite incluir a Jerónimo Münzer entre los acreditados geógrafos de Nuremberg.
El globo terrestre de Martin Beheim, denominado Erdapfel (“manzana de la Tierra”), fue elaborado entre 1492 y 1493 y es considerado el más antiguo que se conoce. En él no está incluida América, pues Colón regresó de su viaje trasatlántico un año después. Se conserva en el Museo Nacional Germano de Nuremberg.
Porque, en efecto, a Münzer se le suele tener por humanista versado en geografía y astronomía. Conviene recordar en este punto el interés que tanto el emperador Maximiliano como el propio médico austriaco mostraron en aventuras marítimas que llevasen a Oriente a través de Occidente. Como quiera que ambos estaban seguramente al tanto de las navegaciones de Colón, no cabe sorprenderse ante las especulaciones de algunos investigadores cuando se cuestionan si Münzer no habría sido enviado a la Península Ibérica como embajador secreto encargado de recabar información acerca de los frutos de esos primeros viajes de Colón y de los proyectos que la monarquía española guardaba celosamente. De ser así, no hay duda de que dispondría de poderes suficientes como para negociar acuerdos marítimos con los portugueses. No olvidemos que la carta aludida, promovida por Maximiliano y redactada por Münzer, tenía como destinatario a Juan II. El monarca portugués, además de hacer gala de una gran erudición, demostraba gran interés en promover descubrimientos. Pero al margen de lo anterior, fuesen cuales fuesen las verdaderas motivaciones que movieron a Münzer a emprender el viaje, lo cierto es que el médico nacido en Feldkirch nos ha legado un rico material con el que dibujar hoy toda una suerte de escenas y pormenores propios de la Península Ibérica en las postrimerías del siglo XV.
Ya lo anticipó Farinelli: el relato de Münzer constituía para él la más valiosa descripción de viajes por España hecha en época medieval.
Después de saIir de Nuremberg y tras atravesar Alemania, Suiza y Francia, el 17 de septiembre de 1494, recorridas siete leguas desde Narbona, los cuatro amigos llegaban a Perpiñán. Es a partir de este momento cuando el relato de Münzer es creíble en muchos de sus puntos.
El relato de Münzer ofrece credibilidad cuando hace alusiones a circunstancias, lugares y personajes que nos son conocidos, cobra interés para los peninsulares deseosos de poseer datos relativos a las cuestiones más variopintas, desde los que inciden en las costumbres de la población hispana hasta los que recogen el valor de la producción agrícola del país.
«La siesta». Serie Memoria de España de Gustave Doré
Münzer, además, da noticia de procesos artesanales empleados por los gremios con los que se relaciona, se hace eco de los gustos de la población sencilla y de las exquisiteces que presiden la vida de los poderosos.
De igual modo toma nota de los edificios humildes y suntuosos que contempla, de las construcciones monumentales con las que se tropieza, de los elementos ornamentales que le asombran, de los tesoros que custodian las poblaciones que visita, y de un largo etcétera de peculiaridades que sería prolijo detallar aquí. De todo ello da su particular visión, reproduciendo cuadros pintorescos que abundan en ocasiones en retratos un tanto exagerados. Esto último debe tenerse muy en cuenta, pues no es extraño que incurra en errores cuando trata de determinados acontecimientos.
Jerónimo Münzer estuvo en España cinco meses, desde el 17 de septiembre de 1494 al 9 de febrero de 1495. Desde que llegó a Perpiñán y hasta que entró en el Reino de Granada, recorrió muchos puntos de la geografía peninsular, entre ellos Figueras, Gerona, Barcelona, Poblet, Cherta, Tortosa, Villarreal, Valencia, Alcira, Játiva, Alicante, Elche, Orihuela, Murcia, Alhama y Lorca. El 16 de octubre de 1494 puso pie en el Reino de Granada, en la ciudad de Vera. A esta localidad le seguirían Sorbas, Tabernas, Almería, Fiñana, Guadix y La Peza. Del 22 al 26 de octubre estuvo en Granada, ciudad de la que saldría el día 27 para trasladarse a Alhama.
Desde allí fue pasando por Vélez-Málaga, Málaga, Osuna, Marchena, Mairena, Sevilla, Niebla y Sanlúcar. El día 12 de noviembre, dejando atrás las fronteras del reino de Castilla y penetrando en territorios del reino de Portugal, llegaba a Serpa.
Sanlúcar de Barrameda (1567). Anton Wyngaerde.
Lamentablemente, pese a la formación que se le presupone a Jerónimo Münzer, doctorado en Medicina y con gran caudal de conocimientos adquiridos en el transcurso de sus viajes, su relato adolece en ocasiones de una cierta falta de precisión. Quizás su amplia cultura le habría permitido extenderse más ante ciertos acontecimientos de los que aseguraba tener noticia de primera mano. Y no hay que dudar de la validez de sus aptitudes, suficientemente idóneas como para haberse pronunciado con algo más de profundidad a propósito de hechos y situaciones que pudo constatar personalmente. Con todo, no hay que negar a su crónica la importancia testimonial que posee, aun cuando convenga adoptar especial cautela al analizar determinadas informaciones.
Una de las limitaciones que Münzer tenía a la hora de recabar informaciones era su desconocimiento de la lengua castellana, por lo que sus interlocutores eran los clérigos, con los que se comunicaba en latín.
En relación con esto último, no olvidemos, por ejemplo, que Münzer sabía poco de nuestra historia; y desconocía, además, nuestra lengua, por lo que era el latín el único medio verbal del que disponía para acercarse de manera más directa a la población hispana. Tales limitaciones reducían su círculo de interlocutores, compuesto principalmente por gente del clero. Consecuentemente, todos estos factores habrían de tenerse muy en cuenta a la hora de valorar algunas de sus afirmaciones. Estas eran a menudo puestas en tela de juicio en tanto en cuanto proceden de una persona con escasos recursos críticos para describir certeramente lo oído y visto en nuestro país.
Más cosas cabe apuntar con relación a Münzer y es que, a poco que se lea algún episodio de su relato, llama poderosamente la atención su desmesurado patriotismo, sentimiento que le lleva a identificar huellas de su origen germánico en múltiples pasajes. Tan desmesurado fervor le hace caer en insistentes alusiones a emplazamientos del país del que procede, escenarios que, a su vez, somete a cotejo cuando recrea los nuevos lugares que visita. Esto, además, lo refuerza mediante reiteradas referencias a los contactos que confiesa tener con gente de su tierra asentada en la Península. Sirven de ejemplo a esto último sus numerosos encuentros con comerciantes alemanes que residen en las regiones por las que pasa, coyuntura que, además de procurarle enorme satisfacción, le depara calurosas acogidas y le permite comunicarse sin dificultad.