La seda de Granada

 

El desarrollo de la sericultura en la Granada nazarí supuso un gran auge económico y por ende social; hasta la ciudad llegaban mercaderes de distintas latitudes para adquirir la preciada seda granadina, que además del intercambio comercial también propiciaron una fructífera  transmisión cultural.

Uno de los recorridos más interesantes cuando se visita Granada es su Alcaicería, que al encontrarse en el entorno de la catedral y la Capilla Real nos da idea de cómo la riqueza de esta ciudad está cimentada en sus  distintas herencias culturales. No lejos de aquí, se encuentra el Corral del Carbón, la única alhóndiga andalusí  que ha logrado sobrevivir en España, a pesar de su zarandeada existencia. Aquí se alojaban los mercaderes que acudían a Granada, convertida en un importante centro de comercio, gracias también a su proximidad  con el puerto de Almería o Málaga.

La palabra alcaicería se sigue referenciado hasta nuestros días como “el zoco árabe”, al que los visitantes acuden en tropel, con la ilusión de sumergirse en una atmosfera de otra época, alimentada por el colorismo del bullicio callejero y las mercancías que se  exhiben a ojos del viandante.

Nuestra historia nos trae hasta aquí, al lugar donde se desarrollaba el gran negocio de la reputada seda de Granada. Su calidad traspasó fronteras, y no había lugar en todo el Mediterráneo, desde Oriente hasta Occidente, donde ésta no fuera el material más codiciado en los ambientes de lujo.

La industria de la seda estuvo fuertemente arraigada en al-Andalus y fue posible  gracias al conocimiento de los andalusíes en materia agrícola. Además del cultivo de la morera,  las tinturas –aunque algunas eran  de origen animal- se obtenían tanto de plantas silvestres como cultivadas. Entre las más utilizadas está la planta pastel (Isatis tinctoria), también conocida como “aspid de Jerusalén” que crecía en todo el entorno mediterráneo, y de la que se obtenía un colorante azul. El rojo se obtenía de la raíz de la planta rubia roja, (Rubia tinctorum) que viajó hasta las tierras de cultivo de al-Andalus procedente de Oriente. Para el amarillo era la gualda,  en su versión silvestre o cultivada, la planta que se usaba.

 

 

 

La cría del gusano de seda se introduce en al-Andalus en el siglo VIII, cuando un grupo de emigrados sirios, los kaisíes, se establecieron en las vegas de al-Andalus, que aprovecharon para la explotación agrícola.  En las alquerías de estos feraces territorios se daba todo tipo de cultivo, teniendo el de la morera una gran rentabilidad, habida cuenta de que estos recién llegados desde Oriente Medio conocían el arte de la sericultura. Los conocimientos necesarios para la obtención de la seda a partir del gusano los habían adquirido a su vez de las poblaciones del Extremo Oriente, fundamentalmente China. 

 

Para la producción del tejido, los musulmanes de al-Andalus introdujeron los telares horizontales, e implantaron una sofisticada infraestructura – que englobaba todas las fases del proceso- lo que permitió el entramado productivo necesario para impulsar  el desarrollo de una industria textil que fue pionera en Europa.

Con la llegada de los Omeyas a la Península Ibérica (siglos  IX y X), las cortes de Persia y Siria eran tomadas como referente estético en cuanto al buen gusto. Los Omeyas cordobeses introducen en al-Andalus la industria del tiraz. Eran unos talleres donde se elaboraban tejidos suntuosos. Se trataba de una especie de institución protegida por el poder, dado el alto valor de sus creaciones.

 Abderrahman II fundó uno de estos talleres reales en la alcaicería de Córdoba, situada junto a la mezquita, y sus producciones fueron muy aclamadas por su laboriosidad, la belleza de sus diseños y la excelencia de los materiales utilizados, todo ello en manos de artesanos altamente cualificados.

Estas creaciones atendían la demanda de un género destinado a la confección de prendas y complementos de lujo que engalanaban a los más altos rangos de al-Andalus, como califas y emires, sobretodo en ocasiones ceremoniales. Otro uso que se le daba a este tejido regio era su donación como obsequio a los dignatarios o representantes de las delegaciones que  visitaban a los monarcas andalusíes, y como trofeo en distintos tipos de competiciones, o regalos durante las conmemoraciones.  

Uno de los más excelsos ejemplares de las producciones realizadas en el real tiraz de Córdoba entre los siglos X y XI que se conserva, es el del califa omeya Hisham II, que se encuentra en la Real Academia de la Historia de Madrid. Era utilizado como un turbante que tras cubrir la cabeza, dejaba caer dos bandas a lo largo de los brazos. Elaborado con finísimas telas de seda, principalmente, y lino, estaba profusamente bordado con hilos de oro y seda, y  decorado con tres bandas que recorrían la total longitud de la pieza. En la decoración  ̶ donde en general aparecían epigrafías ricamente bordadas, con loas y alusiones al califa ̶   aparecen unos medallones octogonales que enmarcan figuras animales y humanas en la parte central, mientras que en los laterales una inscripción reza:

En nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Que la bendición divina, la prosperidad y la larga vida sean los atributos del imán, el siervo de Dios, Hisham, él que es el objeto de Su benevolencia, el Emir de los creyentes.[1]

Aunque fue en época Omeya cuando se implantaron los más importantes centros de producción en Córdoba y Almería, más adelante, en época nazarí, la seda de Granada gana en calidad hasta no tener parangón, como atestiguan fuentes árabes clásicas como Ibn al Jatib (siglo XIV) o el viajero alemán Jerónimo Münzer que viajó a Granada en el siglo XVI.

Uno de los principales mercados que encontraba la seda granadina era el italiano: los mercaderes italianos, mayoritariamente genoveses, la adquirían al considerarla de altísima calidad. Tanto es así que ellos dieron nombre a una de las alhóndigas de la Granada nazarí: la “alhóndiga de los genoveses”. En el resto de alcaicerías del reino (como las de Almería o Málaga)  también se compraban para venderse luego en los puertos europeos del Mediterráneo, en Flandes o Inglaterra.

 

 

 

La calidad de la seda de Granada se debía en primer lugar al alimento que nutría a los gusanos; las moreras que se cultivaban en la zona montañosa de la Alpujarra tenían gran calidad, debido a la idoneidad del clima  y a su posición geográfica. Esta región, situada al sur de Granada, era en época nazarí un extensivo bosque que producía dos variedades de morera: la blanca y la negra. Con la morera blanca se obtenía una seda de alta calidad, mientras que de la morera negra resultaba una calidad muy inferior. Así pues, se decidió suprimir la producción de la morera negra para producir solo la de una calidad óptima y eliminar así toda la competencia posible que pudiese darse en  otras zonas en al-Andalus (sobre todo en Levante). De igual modo existía en Granada una ordenanza que prohibía el uso de la maraña resultante del hilado para la elaboración de tejidos nobles.[2] El renombre de la seda de Granada lo era con justicia.

 

La prosperidad que llega a Granada gracias a la producción y manufactura de la seda fue posible al producirse el nacimiento de una nueva sociedad artesanal, tanto rural como urbana, constituida en gremios dedicados a las distintas labores relacionadas con la actividad. Más adelante, a principios del siglo XVI se crea La Casa del Arte de la Seda donde se certificaba su calidad, pues a finales de este siglo era tanta la demanda que la seda  constituía una de las principales fuentes económicas del Reino de Granada, de la que vivía gran parte de la población. La ciudad albergaba el barrio de la seda que alojaba a los trabajadores del sector en todo el sistema productivo. Todavía existen muchas calles en Granada que conservan como nombre las distintas actividades que conllevaba la manufactura de la seda: Tintoreros, Azacayas, Blanqueo, Damasqueros, Calderería, Hileras, Plegadero Alto, Tinte, Toqueros, Cuesta de Marañas…

 

 

Con la seda se elaboraban tipos distintos de tejidos como terciopelos, tafetanes, damascos, brocados, y sobre todos rasos, de tal calidad que llegaron a superar a los que se fabricaban en Oriente. Pero también se utilizaba para elaboración de tejidos con los que se confeccionaban prendas de uso más corriente, como pañuelos, fajines o gorros.

La industria de la seda evolucionó de tal manera que su comercio propició no sólo una gran fuente de recursos económicos, sino que gracias a su comercio se estableció una red de fructíferas relaciones políticas y culturales entre el mundo árabe y Europa.

La elaboración de tejidos suntuosos, epítome del lujo en las cortes medievales, generó una gran especialización en el sector. Los artesanos elaboraban tejidos nobles únicos de gran belleza, con un intrincado diseño  ̶ en el que se empleaba una gran variedad de colores y matices ̶  y un exquisito bordado que intercalaba hilos de oro y plata, que eran los favoritos en esta nueva industria del lujo.

Una vez concluida la etapa andalusí, estos bellos tejidos sirvieron por lo general para engalanar relicarios, o para uso eclesiástico, como el caso del arriba descrito que se descubrió en al año 1853 en la iglesia de Santa María de Rivero en San Esteban de Gormaz (Soria).

A partir del siglo XVII la industria de la seda decae en Granada por varias razones, una de las cuales es la expulsión de los moriscos. No obstante, hasta muy entrado el siglo XVIII había aún producción suficiente para enviar este tejido a las Américas.

 

Por Ana M. Carreño Leyva. Fundación Pública Andaluza El legado andalusí.

 

[1] Real Academia de la Historia. Madrid. Nº de Inventario: 749

[2] Belza y Ruíz de la Fuente. Las calles de Granada.

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