Mariano Bertuchi y las ciudades hermanas, Granada y Tetuán
El pintor granadino contaba 44 años (1920) cuando se traslada junto a su esposa a Tetuán, ciudad que tenía una especial connotación para el artista, pues fue fundada por otro granadino, al-Mandari, quien huyó en el siglo XV del pueblo de Píñar, cercano a Granada, tras el avance de las tropas de los Reyes Católicos. Al-Mandari repobló esta ciudad con los andalusíes que como él sufrieron el exilio, llevándose consigo su cultura y artes tradicionales.
Tal vez ésta fuera la razón principal por la que Bertuchi siempre creyera que Tetuán podría convertirse en la depositaria y continuadora de las artes tradicionales de los andalusíes, de las que era un firme admirador.
Mariano Bertuchi es considerado el gran pintor español de Marruecos. El artista encuentra en el país norteafricano la escenografía ideal iluminada con los reflejos hermanos de Andalucía, principalmente los de su Granada natal.
Viaja a este país por primera vez apenas una década después de que lo hiciesen sus colegas franceses, como Matisse, Delacroix y el catalán Fortuny, tras cuyas estelas fluía la magia de una tendencia artística de nuevo cuño, la pintura orientalista, que floreciera al calor del movimiento Romántico.
Apenas tenía quince años cuando visitó por primera vez Marruecos; viaja a Tánger, adonde es invitado por el intérprete oficial del General O’Donnell, quien le hace el regalo de este viaje al saber la devoción que sentía el joven artista por el país vecino. Y se sintió más subyugado aún, si cabe, por la belleza del país en toda su dimensión: su artesanía, sus colores, sus paisajes, sus gentes… Todo ello provocó en su acusada sensibilidad artística una gran conmoción. Tal fue el impacto que causó este país en el joven artista, que al año siguiente presenta en Granada con gran éxito las obras que pinta en Marruecos: “Mercado de Frutas” y “El zoco de Tánger”, adónde sigue viajando con frecuencia.
Fantasía en Marruecos. Mariano Bertuchi.
©Sucesión Mariano Bertuchi, 2014
Era un artista precoz; a los nueve años se matricula en la Escuela de Bellas Artes de Málaga, en el curso 1893-94 y al año siguiente lo hace en Granada. A los once ya participa en una exposición, y con doce años gana un certamen de pintura en su ciudad natal; empiezan a dar frutos las primeras nociones de pintura que recibe en el taller del afamado pintor José Larrocha. A los catorce años empieza a pintar motivos árabes, una temática que marcaría su carrera de por vida.
Tras esta primera visita a Marruecos, regresa al año siguiente para pintar un cuadro de temática árabe costumbrista por encargo de un diplomático inglés que reside en esta ciudad. En esos años el artista empieza a frecuentar el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y a participar durante varias convocatorias en su Bienal. También residió en Málaga durante algunos años, donde prosiguió sus estudios artísticos. Siempre dijo que la luz de Málaga y Granada encontraban su reflejo en la orilla opuesta del Mediterráneo.
En 1928 Bertuchi es nombrado en esta ciudad Inspector Jefe de los Servicios de Bellas Artes y Artesanía Indígena del Protectorado de Marruecos.
Su devoción se ve reconocida por el galardón que recibe en 1935, la Orden de Alfonso X el Sabio, por salvaguardar y preservar la artesanía marroquí y haber hecho de Tetuán el gran centro del arte en el Norte de África. La actividad que Bertuchi desarrolla como inspector en el área de las Bellas Artes, le permite una cercanía necesaria con la vida cultural de la región y sus aspectos etnográficos. Su involucración en la misión que le habían encomendado fue total; dirigió sus energías hacia la misma dirección en la que decidió actuar. La pasión que desde que era un niño sentía por el arte marroquí aflora en un momento en que era factible darle un rumbo concreto, consolidar e impulsar sus valores estéticos.
La iniciativa de Mariano Bertuchi, contó con el apoyo fundamental del almotacén de Tetuán Abdeslam Benunna. Juntos pusieron en marcha uno de los proyectos más brillantes para la recuperación del artesanado andalusí.
Sus deseos empiezan a materializarse de facto a partir de su nombramiento en 1903 como director de las Escuelas de Arte de Tetuán y Tagsut, y de la Escuela de Alfombras de Chauen. Esta circunstancia, que vino a significar la semilla que vería su fruto años más tarde, se vio favorecida por la impagable colaboración e involucración en esta propuesta del almotacén de Tetuán, Haij Abdeslam Benunna.
Era precisamente el encargado de supervisar los gremios artesanales de la ciudad, y además ya había sido el promotor del Liceo de Tetuán, y quien propuso en su primera asamblea la creación de una escuela de artes y oficios en esta ciudad. La propuesta fue inmediatamente aceptada por el gobierno marroquí, y se dota al proyecto de la correspondiente partida presupuestaria para su ejecución, que dirigen Bennuna y Bertuchi. El 30 de agosto de 1919, tras haberse cumplido las expectativas que ambos promotores habían depositado en esta genial iniciativa, se inaugura la institución bajo el nombre de Escuela de Artes y Oficios.
Bab Okla o Puerta de la Reina cercana a la Escuela de Artes y Oficios, en Tetuán.
Jardín de la Escuela de Artes y Oficios.
La Escuela fue cambiando de nombre y sede hasta tres veces en el siglo pasado; en los años veinte se construyó expresamente un edificio para la que pasaría a denominarse Escuela de Artes y Oficios Indígenas, que más tarde, en 1947, tendría el nombre de Escuela de Oficios Marroquíes. La institución facilitaba el aprendizaje de los oficios tradicionales tales como la ebanistería y talla, la cerámica, los tejidos de alfombras y otras telas, el bordado de cueros y tejidos, las incrustaciones en plata, la estampación sobre distintos materiales, la pintura decorativa, el cincelado y la herrería artística. Los jóvenes aprendices obtenían un salario durante su periodo de formación y un título que certificaba la maestría de estos oficios que otorgaba la Inspección de Bellas Artes. Esta iniciativa tuvo una enorme aceptación entre los jóvenes que pronto podrían ejercer estos oficios como empleados o instalarse por cuenta propia.
La promoción de la Escuela fue un factor muy importante para dar a conocer la artesanía marroquí, lo que se llevaba a cabo a partir de la celebración de exposiciones y la participación en ferias a nivel internacional. Muchos fueron los premios y distinciones que acreditaban la labor de la Escuela, pero sobre todo la gran difusión que se conseguía a través de dichas acciones. Y tal fue la irradiación a que dio lugar la institución como guardiana de las habilidades de los auténticos artesanos, que había de preservarse y transmitirse, que empezaron a proliferar talleres privados ya fuera en el mismo Tetuán, o en otras ciudades marroquíes como Larache y Chauen, entre otras. De igual modo, se fundan en Marruecos otras escuelas de Artes y Oficios que comienzan a nutrirse de maestros artesanos que habían sido anteriormente alumnos aventajados y celosos guardianes de las técnicas tradicionales de las artes marroquíes. Mariano Bertuchi logra recuperar el buen hacer y saber tradicional del artesano marroquí, heredero de la pureza de estilo y destreza de sus antepasados andalusíes. No en vano, Tetuán era considerada la hija y heredera directa de la Granada nazarí. Para ello, reclama unas condiciones óptimas que permitan garantizar la permanencia de estos valores que encierran la manera antigua de hacer las cosas. Así, veta el uso de los artificios industriales que no venían sino a entorpecer, cuando no a destruir, lo que con tanto ahínco habían labrado los artesanos a lo largo de los siglos. Suprimió los aditivos y colorantes químicos importados de Europa, tales como las anilinas, en favor de las tinturas naturales y vegetales utilizadas tradicionalmente.
De la amplia significación de la labor que realizó Mariano Bertuchi, no puede hallarse mejor argumento que el que ofreció el insigne arabista español, Rodolfo Gil Benumeya:
“[…] la Escuela recupera una tradición milenaria de extraordinario valor que da a Marruecos hoy su significado superior en el mundo de la cultura arábiga. Refuerza el enlace sentimental entre ese país y el Sur español, de donde procede el impulso inicial que dio vida a ese arte. Da al vivir moderno, tan inquieto y agitado, el espectáculo apaciguador de un arte todo compuesto de serenidad y desdeñoso con la prisa. Los productores musulmanes crean reposadamente porque no sólo ponen en su obra el trabajo y la fuerza, sino también una parte de cariño y afán espiritual. Hay una fusión entre el creador y la obra creada que nace del afán de perfección. Perfección que es un motivo de orgullo para el viajero español cuando éste no olvida que los artesanos marroquíes descienden de una estirpe granadina y que la minuciosa belleza de su técnica nació a la sombra bermeja de las torres de la Alhambra. Acaso por eso ha sabido Bertuchi devolver a ese arte artesano su significado oculto, porque él también es granadino. Por eso, con su obra y su persona enlaza desde la escuela el espacio y el tiempo en las orillas del Estrecho, juntando Andalucía con Marruecos […]”.
Madera Policromada. Escuela de Artes y Oficios de Tetuán.
A pesar de la devoción que Bertuchi siente por las industrias tradicionales hispano-marroquíes, el artista no deja de lado su faceta como pintor, y partiendo de la experiencia que logra con los estudiantes que aprenden las artes tradicionales, se siente sometido a una observación cuidadosa de las aptitudes para las artes plásticas de los niños marroquíes, de quienes dice en un artículo del diario La Gaceta de África (Enero 1935):
“El espíritu artístico de esta raza coopera con eficacia a este fin, permitiendo abrigar la esperanza de que no pasará mucho tiempo sin que se destaque el marroquí en la pintura. Ya son bastantes los muchachos musulmanes que se dedican al dibujo con acierto e interés. La Inspección de Bellas Artes alienta estas aficiones dejándolas expresarse libremente, sin sujetar los trabajos a normas y reglas, con el fin de conseguir un arte espontáneo […]. Ya es frecuente verlos realizar dibujos coloreados en los que tratan de reflejar con fidelidad sus observaciones del natural, trabajos que decoran con estilizaciones de su innata fantasía”.
Así pues, decide ampliar la enseñanza de los oficios artísticos tradicionales a la pintura, el paso previo para impulsar la fundación de la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán, que se inauguró de manera provisional en 1945, y empezó a ser operativa bajo la dirección del maestro al año siguiente. Larga era la lista de los profesores que guiaron los primeros pasos de numerosos artistas marroquíes y españoles que nutrieron con sus aportaciones no sólo el panorama de las artes plásticas, sino la cantera de docentes en las escuelas superiores, primero de España, y a continuación de Marruecos.
En la actualidad, y tras haber cambiado de nombre y sede en varias ocasiones, la Escuela se encuentra situada en Bab Okla, hoy denominada Puerta de la Reina, y que antiguamente era conocida como Puerta de las Aceñas (molinos harineros de agua). Este nombre se debía a que en los aledaños de esta puerta, extramuros de la medina, se aglomeraban los campesinos, mercaderes y tratantes de comercio de los pueblos de la periferia. Allí dejaban los animales de carga y descargaban las mercancías que después trasladaban a la medina para su venta. La estampa multicolor, llena de movimiento y vida, que ofrecía este enclave urbano extramuros de la medina, fue unos de los escenarios favoritos para las pinturas de Bertuchi; un tema recurrente que no se cansó de pintar. Así pues, la localización de la Escuela que fundara el artista granadino tiene una doble transcendencia, pues quedan así patentes los legados espiritual y físico que el granadino dejó en esta ciudad.
Bertuchi intervino en gran medida en el diseño arquitectónico de la Escuela. El edificio estaba diseñado a imagen y semejanza de los palacetes o almunias de al-Andalus, donde no habrían de faltar sus elementos más identificativos, tan andaluces y tan andalusíes al mismo tiempo: el patio con jardín, sus fuentes, albercas y sus muros exteriores encalados y decorados con magníficos azulejos verdes procedentes de Fez. En el patio abundan los árboles clásicos del jardín andalusí y de los cármenes granadinos. Cipreses, limoneros, palmeras y amplios parterres con hierbas aromáticas y flores –el imprescindible jazmín– perfuman el ambiente. Los estanques, o albercas añaden al espacio esa sensación tan buscada en las construcciones andalusíes, ya fueran áulicas o populares: la presencia del agua que cubre con su rumor, sin perturbarla, la tranquilidad de jardines y estancias interiores, y que refresca con su mera presencia. Los dos estanques están decorados de azulejos, y a ellos acuden distintas especies de aves. La belleza del edifico y su riad lo convierten en un espacio emblemático del arte de vivir andalusí. No en vano fue declarado en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Sus casi 3.000 m2 de superficie que rodea el jardín alojan en el interior –un pabellón en forma de U– una sala de exposiciones permanentes, una biblioteca, una zona dedicada a la administración, una galería de exposiciones temporales y los talleres, que ocupan los espacios laterales del edificio.
En estos talleres se trabajan la madera pintada, incrustada o esculpida, la cerámica, la orfebrería, la forja, el telar, la yesería, el cobre, y se realizan objetos acabados como lámparas, complementos de marroquinería, bordado….
El pabellón cuenta asimismo con una sala de espectáculos, la librería patrimonial y un pabellón inteligente, equipados con lo último en nuevas tecnologías. En su interior se exhiben, a la vez que decoran, los creativos prototipos de muebles con sus coloristas pinturas, las lámparas y candelabros de cobre… Las fotografías de otros tiempos ofrecen una mirada a los paisajes del pasado, por lo que hay que prestar atención no sólo a su valor artístico, sino también a la evolución física de esta ciudad vecina y hermana.
Otros elementos arquitectónicos como las columnas –decoradas con la bella epigrafía cúfica– o sus techos de cedro tallado o de madera pintada no dejan de evocar al visitante cómo podría haber sido la Alhambra en los tiempos en los nazaríes eran sus moradores.
Taller de Bordado Escuela de Artes y Oficios de Tetuán
Este centro es el referente cultural por excelencia de Tetuán; su programación cultural incluye conciertos musicales, conferencias, exposiciones de obras de arte, fotografía y numismática entre otras. Del mismo modo, se organizan encuentros entre distintas asociaciones y embajadas extranjeras. En su sala de exposiciones permanentes se muestran los mejores trabajos artesanales, lo que supone un importante estímulo, para que el alumnado vea materializarse su empeño en la tarea de las artes y oficios de toda la vida, donde prima la diversidad y riqueza de las artesanías locales.
Para lograr transmitir el rico legado artístico, los talleres se han diseñado al estilo tradicional, siguiendo las pautas de los antiguos obradores artesanales de la Medina. La escuela de Artes y Oficios ha formado ya a varias generaciones de alumnos. Históricamente, y ya desde su génesis, la Escuela fue el nudo de unión para una estrecha colaboración hispano-marroquí que permitiera la preservación del rico patrimonio cultural y artístico compartido entre ambos países, y garantizar su transmisión a las generaciones venideras. Así la especializada labor de la Escuela se vio reflejada en importantes proyectos relacionados con Andalucía y su participación en procesos de restauración y decoración de importantes edificios como el Pabellón de Marruecos de la primera Exposición Universal de Sevilla (1929), o el Programa de Cooperación entre España, Portugal y Marruecos “Puerta del Mediterráneo”, que consistió en la rehabilitación de Centros Históricos de influencia musulmana en el sur de la Península Ibérica y el norte de Marruecos.
Sin lugar a dudas, la Escuela de Artes y Oficios de Tetuán no sólo logra perpetuar una herencia artística en peligro de extinción, sino que genera además un importante motor económico.
La promoción y distribución se lleva a cabo mediante diversas acciones de marketing, y la participación en ferias y foros internacionales. Estos productos son muy apreciados y únicos, y encuentran su público mayoritariamente entre los admiradores de la artesanía marroquí. Constituye todo un universo creativo para coleccionistas que saben que les puede aguardar el hallazgo de alguna antigüedad interesante, o sorprenderse ante la nueva visión de los jóvenes creadores, que se hallan frente el desafío de tradición versus innovación. Pero sin duda, el valor siempre al alza está en la realización “a mano” de todos los productos; en el espíritu de estos artesanos (maalmes) se atesoran unos valores fundamentales: el espíritu creativo, el conocimiento, una dedicación absoluta, y el amor por su trabajo.
Por Ana M. Carreño Leyva. Fundación Pública Andaluza El legado andalusí.