Sicilia y su herencia en el Mediterráneo
En el centro del Mare Nostrum, la isla de Sicilia representa una suerte de omphalós del mundo antiguo, donde se cruzan el Oriente y el Occidente de las tierras ribereñas del mar, rincón de paso y, al mismo tiempo, de permanencia.
Fuera de ese sincretismo, desconocemos todo sobre el arte estrictamente musulmán que se dio en la isla, que estuvo más de 200 años bajo un poder emiral. De hecho, sólo podemos intuir algunos de sus elementos emparentados con el arte Ifriqiya a partir de las manifestaciones tardías del siglo XII.
La conformación de una sociedad nueva en la Sicilia posterior a la conquista normanda supuso que bajo un poder cristiano una minoría musulmana tuviese una efectiva y relevante presencia social. Estas dos sociedades sumidas en una permanente situación ambivalente donde a episodios de convivencia siguen otros de tensión, en un equilibrio que a veces se rompe y otras se mantiene, son las dos experiencias sociales de mayor interés en las que las relaciones entre el Islam y la Cristiandad se convierten en algo más que enunciados generales.
Sin embargo, como se ha destacado, las experiencias vividas en la Península Ibérica y en Sicilia no fueron coincidentes en cuanto a que ambas situaciones de conquista son diametralmente distintas: en Iberia, la llamada «Reconquista» se ha de entender como la puesta en escena de poderes locales del norte peninsular en su lucha contra el Islam andalusí, mientras que en la isla del sur itálico operan fuerzas ajenas a la realidad local; de hecho, la conquista normanda de Sicilia, y de Palermo en particular, en el año 1072 sólo se concibe como obra casi personal de los hermanos Altavilla y de los caballeros que les acompañaban, en la que, con todo, se tuvieron que llegar a pactos con los poderes musulmanes locales para la creación de un nuevo ordenamiento social. No hay duda en considerar en principio a los normandos como una exigua minoría frente a las comunidades mayoritarias, todas ellas asentadas desde antiguo en la isla: musulmanes, hebreos y greco-bizantinos.
La historia de Sicilia contiene, como las historias de todos los pueblos, episodios de convivencia y de tensión.
Estos últimos se mantuvieron en la isla bajo dominio musulmán y en el momento de la conquista muchos la abandonaron, lo que demuestra que bajo un poder no cristiano pudieron desarrollar en total plenitud de libertades sus distintas actividades, muchas de ellas centradas en el comercio. Sin embargo, algunos de los que se mantuvieron después de la conquista llegaron a ocupar puestos relevantes en la nueva cancillería. Por su parte, los hebreos desempeñarán, andando el tiempo, un destacado papel como mercaderes, aún mayor si cabe que el representado en los siglos IX y X, sobre todo después del fin de la presencia de la minoría musulmana en la isla. Finalmente, la situación jurídica y social por la que pasaban los musulmanes en las ciudades y en las campiñas sicilianas ha sido considerada como bastante desigual, en favor de los urbanícolas: mientras que en la mayor parte de los núcleos urbanos se garantizaba la libertad personal, la conservación de sus bienes, el libre ejercicio de la religión, con la obligación, eso sí, de pagar un impuesto para ello, y los grupos más influyentes de la aristocracia conservaron su relevancia social, por el contrario, en el campo, donde la conquista fue más violenta, los musulmanes se vieron obligados a varias formas de servidumbre, como se refleja en distintos censos de campesinos dependientes de señores, primordialmente eclesiásticos. Sin embargo, junto a esta clase de campesinos dominados, se registra un grupo de musulmanes libres, notables en algunos casos con funciones militares al servicio de los reyes normandos.
El Barroco, el arte que desplegó el espíritu de la Contrarreforma, comparte protagonismo en el Sur de la Península Ibérica y en Sicilia.
Iglesia de San Juan de los Eremitas en Palermo.
Por Virgilio Martínez Enamorado. Doctor en Historia Medieval, arabista y arqueólogo.